Salmo 110. A la manera de Melquisedec

Salmo 110 – Realeza y Sacerdocio del Mesías


En el libro de los Salmos, el salmo 110 es uno de los salmos cuya autoría se atribuye al rey David. Por revelación del Espíritu de Dios, David escribió una visión profética sobre el Mesías de Israel. En este salmo se destaca la realeza del Mesías y su sacerdocio a la manera de Melquisedec.

El salmo 110 tiene una gran importancia para el cristianismo y es uno de los más citados en el Nuevo Testamento. Jesús lo utilizaba para enseñar que el Mesías, además de ser descendiente de David, es Hijo de Dios.

Oráculo de Yahvé a mi Señor:
“Siéntate a mi diestra,
hasta que haga de tus enemigos
estrado de tus pies”.

El cetro de tu poder
extenderá Yahvé desde Sión:
¡domina entre tus enemigos!

Ya te pertenecía el principado
el día de tu nacimiento;
un esplendor sagrado
llevas desde el seno materno,
desde la aurora de tu juventud.

Lo ha jurado Yahvé
y no va a retractarse:
“Tu eres por siempre sacerdote,
según el orden de Melquisedec”.

El Señor está a tu derecha,
quebranta a los reyes el día de su cólera;
sentencia a las naciones,
amontona cadáveres,
quebranta cabezas
a lo ancho de la tierra.
Junto al camino bebe del torrente,
por eso levanta la cabeza.

Interpretación del Salmo 110

El salmo 110 es uno de los salmos reales. Este tipo de salmos suele interpretarse desde la persona del rey al que se aplican, ya que hablan de situaciones relacionadas claramente con la vida de los monarcas. En algunos casos, el sentido de los salmos parece trascender las cuestiones terrenales y hablar de intervenciones divinas aún por venir.

El Salmo 110 se destaca por hacer una referencia especial a un Rey más grande que David. Es un salmo profético que pone de relieve la figura del Mesías. Para el cristianismo es un salmo importante, ya que puede aplicarse enteramente a Jesucristo. Te invitamos a recorrer su interpretación desde un punto de vista cristiano.

«Oráculo de Yahvé a mi Señor»

Un oráculo es un mensaje divino que se otorga a los hombres a través de personas especialmente designadas para ello. El pueblo hebreo recibía los oráculos a través de sueños, consultas sacerdotales y profetas. De David se dice que tenía el don de profecía y se atribuyen a él 73 salmos, algunos de ellos de carácter profético.

San Pedro, en su prédica de Pentecostés, dice de David:

Pero como él era profeta y sabía que Dios le había asegurado, bajo juramento, que se sentaría en su trono uno de su linaje, vio el futuro y habló de la resurrección de Cristo, que ni fue abandonado en el Hades ni su carne experimentó la corrupción‘.

Hch 2: 30-31

La frase «Oráculo de Yahvé a mi Señor», que también puede traducirse como «Dijo el Señor a mi Señor», es citada por el mismo Jesús para destacar que David llama «mi Señor» al Mesías. Como el pueblo de Israel esperaba que el Mesías fuera descendiente de David, Jesús pregunta: ¿Cómo es posible que el monarca pueda llamar Señor a uno de sus descendientes? En la interpretación cristiana, a Jesús le corresponde el título de Señor, y David es su siervo, ya que es el Hijo de Dios. Pero a su vez, su Encarnación se produce en el linaje de David.

«Siéntate a mi diestra…»

En este pasaje, sentarse a la diestra puede estar indicando una dignidad del invitado igual a la de quien realiza la invitación, así como la dicha de su posición. En el Salmo 16, se dice que quien se refugia en Dios se llenará de gozo en Su presencia y de dicha perpetua a su derecha.

Además, en el Nuevo Testamento, se hace referencia a la importancia y la dicha de estar a la diestra del Padre. Jesús declaró que el Hijo del Hombre se sentaría a la derecha del Poder de Dios (Lc. 22: 69) y que Dios pondrá a los justos a su derecha en el juicio final (Mt. 25: 32-33). Esteban, en su martirio, dijo: «Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios» (Hch 7: 56).

Se puede decir que sentarse a la diestra es la dignidad que corresponde al Mesías y a todos los glorificados por la gracia de Dios. El cristianismo ve en esta frase la vuelta de Jesús al Padre, que sucede tras la Resurrección, para ocupar el lugar que le fue dado desde el principio de los tiempos.

La continuación del salmo indica que la diestra del Padre es el lugar reservado al Mesías desde el principio de los tiempos: «Ya te pertenecía el principado el día de tu nacimiento; un esplendor sagrado llevas desde el seno materno, desde la aurora de tu juventud».

«…hasta que haga de tus enemigos estrado de tus pies»

El estrado es una apoyatura, usualmente en forma de caja, para el descanso de los pies de una persona sentada en una silla alta. Es un objeto muy utilizado en los tronos para que el monarca apoye sus pies.

El trono es un símbolo de autoridad y reconocimiento de poder soberano. Isaías escribe que Yahvé dice: «Los cielos son mi trono, y la tierra el estrado de mis pies» (Is 66: 1). Al representar a Dios sobre un trono, se lo reconoce simbólicamente como Rey Supremo.

El Mesías habría de ocupar un trono eterno y ser por siempre Rey a la diestra de Yahvé. En el Salmo 110, Yahvé promete al Mesías poner a sus enemigos como estrado de sus pies.

Trono antiguo con estrado para los pies

La expresión «poner a los enemigos como estrado» se refiere a una imagen de la antigüedad en la que el rey victorioso pone sus pies sobre los enemigos vencidos. Si bien el Mesías se sienta a la diestra de Yahvé, hay un periodo durante el cual sus enemigos le harán oposición. A su debido tiempo, Dios se encargará de vencerlos y el Mesías dominará enteramente sobre ellos. En las palabras del salmo: «El cetro de tu poder extenderá Yahvé desde Sión: ¡domina entre tus enemigos!».

«Tu eres por siempre sacerdote, según el orden de Melquisedec»

El Salmo 110 continúa con una fuerte promesa divina, «lo ha jurado Yahvé y no va a retractarse». El Mesías será por siempre sacerdote, aunque no según el orden de Aarón, primer Sumo Sacerdote de Israel. El sacerdocio del Mesías será de otro orden, a la manera de Melquisedec.

Melquisedec fue un rey de Salem, posible nombre de Jerusalén en la antigüedad, del que no se conoce genealogía. A este rey las tradiciones cristiana y musulmana le atribuyeron una existencia eterna. Según se relata en el libro del Génesis, era sacerdote del Dios Altísimo. Se dice que, presentando pan y vino, pronunció sobre Abraham una bendición y éste le dio el diezmo de todo lo que tenía.

El hecho tuvo lugar mucho antes de la institución del sacerdocio levítico, por lo que no era un sacerdote de la manera que los judíos conocían. El sacerdocio del Mesías se daría de una manera no relacionada con el sacerdocio levítico.

«El Señor está a tu derecha, quebranta a los reyes el día de su cólera»

Este pasaje parece aludir al día del Juicio Final. Dios está a la derecha, dando su apoyo al Mesías en el juicio de toda la humanidad. Las imágenes son fuertes. Los reyes y las cabezas son quebrantados y las naciones sentenciadas. A lo ancho de la tierra los cadáveres se amontonan. El día de la cólera del Señor será terrible.

En el credo cristiano, desde la derecha del Padre, Jesús ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.

«Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, y las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre; y entonces se golpearán el pecho todas las razas de la tierra, que verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria»

(Mt 24: 29-30)

«Aquel Día, el que esté en el terrado y tenga sus enseres en casa, que no baje a recogerlos; y, de igual modo, el que esté en el campo, que no se vuelva atrás. Acordaos de la mujer de Lot. Quien intente preservar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará.»

(Lc 17: 31-33)

«Junto al camino bebe del torrente, por eso levanta la cabeza»

Finalmente, el Mesías levanta la cabeza triunfante porque bebe del torrente de Dios. La imagen de Dios como torrente de la vida aparece en el Salmo 36:

Tu proteges a hombres y animales,
¡qué admirable es tu amor, oh Dios!
Por eso los seres humanos
se cobijan a la sombra de tus alas;
se sacian con las provisiones de tu casa,
en el torrente de tus delicias los abrevas;
pues en ti está la fuente de la vida,
y en tu luz vemos la luz.

(Sal 36: 8-10)

La frase del salmo 110 puede relacionarse con el capítulo 47 del libro de Ezequiel. Si bien el profeta existió mucho tiempo después que David, su escritura parece ir en el mismo sentido del salmo. En su visión, un gran torrente sale del templo y desemboca en el agua hedionda del mar para sanarla. Con esto, la morada renovada de Dios en medio de su pueblo trae grandes bendiciones: «Por dondequiera que pase el torrente, todo ser viviente que en él se mueva vivirá. Los peces serán muy abundantes, porque allí donde penetra esta agua lo sanea todo, y la vida prospera en todas partes a donde llega el torrente» (Ez 47: 9).

El Salmo 110 como prefiguración de la exaltación de Jesucristo

El cristianismo entendió desde los inicios que Dios exaltó a Jesús a través de su Pasión, Muerte y Resurrección. Por su obediencia hasta la muerte de cruz, Dios le otorgó potestad sobre toda la creación como Rey, Sacerdote y Juez. Tal como reza el Credo: «Al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y a muertos».

La carta de Pablo y Timoteo a los Filipenses aconseja a los cristianos seguir el camino del Cristo para llegar a ser exaltados con Él.

Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo:

El cual, siendo de condición divina,
no reivindicó su derecho
a ser tratado igual a Dios,
sino que se despojó de sí mismo
tomando condición de esclavo.
Asumiendo semejanza humana
y apareciendo en su porte como hombre,
se rebajó a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte,
y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó
y le otorgó el Nombre,
que está sobre todo nombre,
Para que al nombre de Jesús
toda rodilla se doble
en los cielos, en la tierra y en los abismos,
y toda lengua confiese
que Cristo Jesús es el SEÑOR
para gloria de Dios Padre.

(Flp 2: 5-11)

En la primera carta a los Corintios, San Pablo explica que el reino de Cristo durará hasta que se haya suprimido toda oposición de sus enemigos. En ese momento, vendrá para resucitar a los suyos y vencer a su último enemigo, la muerte.

Pues del mismo modo que por Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo. Pero cada cual en su rango: Cristo como primicia; luego los de Cristo en su venida. Entonces llegará el fin, cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo principado, dominación y potestad. Cristo debe reinar hasta que Dios ponga a todos sus enemigos bajo sus pies, pero cuando dice ‘todo está sometido’, es evidente que está excluyendo a Aquel que ha sometido a él todas las cosas. Cuando todo le haya sido sometido, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos.

(1 Cor 15: 22-28)

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