La oración del Padre Nuestro

Padre Nuestro: la oración que nos enseñó Jesús

El Padre Nuestro es la oración transmitida por Jesús a los apóstoles cuando estos dijeron «Señor, enséñanos a orar». Su formas más completas nos han llegado a través de la Didaché, el primer catecismo de la Iglesia en los inicios de la era post apostólica, y del Evangelio de Mateo.

Padre nuestro, que estás en el cielo:
Santificado sea tu Nombre,
Venga tu Reinado,
Hágase tu Voluntad, como en el cielo también sobre la tierra;
El pan nuestro cotidiano dánosle hoy
Y perdónanos nuestra deuda como también nosotros perdonamos a nuestros deudores;
Y no nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal.
Porque tuyo es el poder y la gloria por los siglos.

Didaché VIII

Esta bella oración de alabanza a Dios Padre expresa el deseo de profunda comunión del cristiano y la entrega a Su Santa Voluntad, a la vez que invoca Su Misericordia para permanecer en el recto camino, a pesar de las caídas.

Estructura y sentido cristiano del Padre Nuestro

El Padre Nuestro se compone de siete peticiones dirigidas a Dios Padre, tres teologales, que tienen por objeto la Gloria del Padre, y cuatro que «ofrecen nuestra miseria a su Gracia» (Catecismo 2803).

Invocación inicial

La liturgia romana nos invita a rezar el Padre Nuestro con una audacia humilde, de hijos, con la certeza alegre de ser amados por Dios Padre.

En los tiempos antiguos, dirigirse a Dios sin guardar cierta distancia era considerado una imprudencia. Pero Dios ha querido, mediante la acción salvífica de Jesucristo, morar en lo íntimo de los hombres. Cristo, habiendo franqueado el umbral de la santidad divina, nos introduce en presencia del Padre y nos invita a aceptar nuestra condición de hijos adoptivos.

«Padre Nuestro, que estás en el cielo»

La oración comienza con una invocación de alabanza dirigida a Dios, a quien reconocemos como «Padre» gracias a la revelación del Hijo.

Por la obra salvífica de Cristo hemos recibido el don gratuito de la adopción, que exige de nosotros una conversión continua y una vida nueva.

Cuando decimos Padre «nuestro», reconocemos ante todo que todas sus promesas de amor anunciadas por los Profetas se han cumplido en la nueva y eterna Alianza en Cristo: hemos llegado a ser «su Pueblo» y El es desde ahora en adelante «nuestro Dios». Esta relación nueva es una pertenencia mutua dada gratuitamente: por amor y fidelidad (Cf. Os 2, 21-22; 6, 1 -6) tenemos que responder «a la gracia y a la verdad que nos han sido dadas en Jesucristo» (Jn 1, 17).

Catecismo 2787

El cielo nos remite a la Casa del Padre, la «patria» hacia la cual la conversión del corazón nos hace volver.

Cuando la Iglesia ora diciendo «Padre nuestro que estás en el cielo», profesa que somos el Pueblo de Dios «sentado en el cielo, en Cristo Jesús» (Ef 2, 6), «ocultos con Cristo en Dios» (Col 3, 3), y, al mismo tiempo, «gemimos en este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra habitación celestial» (2 Co 5, 2; Cf. Flp3, 20; Hb 13, 14)

Catecismo 2796

«Padre nuestro, que estás en el cielo» es la invocación que hacemos al Padre con un corazón humilde y confiado. Con ella, invocamos también la Nueva Alianza en Cristo, la comunión con la Santísima Trinidad y la caridad divina.

Peticiones de Gloria

Estas peticiones nos atraen hacia la Gloria del Padre. Movidos por el amor, junto a Cristo, anteponemos a nuestras vidas la Gloria del Padre. Le pedimos a Dios por Su Nombre, Su Reino y Su Voluntad.

Mediante estas peticiones «somos afirmados en la fe, llenos de esperanza y abrasados por la caridad» (Catecismo 2806).

Primera petición: «Santificado sea tu Nombre»

La santificación del Nombre de Dios fue un privilegio concedido a Israel mediante la Alianza del Sinaí. Dios tomó a los israelitas como su pueblo, y los convirtió así en una nación santa y consagrada, porque su Nombre habitó entre ellos.

Con la acción salvadora de Cristo, la santificación del Nombre de Dios se extiende a todos los pueblos de la Tierra. Los cristianos, como nuevo pueblo consagrado, reconocen como Santo a Dios.

Esta primera petición puede entenderse como una alabanza y una acción de gracias.

Pero esta petición es enseñada por Jesús como algo a desear profundamente y como proyecto en que Dios y el hombre se comprometen. Desde la primera petición a nuestro Padre, estamos sumergidos en el misterio íntimo de su Divinidad y en el drama de la salvación de nuestra humanidad. Pedirle que su Nombre sea santificado nos implica en «el benévolo designio que él se propuso de antemano» para que nosotros seamos «santos e inmaculados en su presencia, en el amor» (Cf. Ef 1, 9. 4).

Catecismo 2807

La santificación del Nombre está asociada a la gracia santificante del bautismo y el sacramento de la reconciliación. Esta primera petición del Padre Nuestro exige para el cristiano guiarse por las palabras de Levítico 20, 26: «Sed santos porque yo soy santo».

Por el sacramento del bautismo, hemos sido «lavados, santificados, justificados en el Nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios» (1 Co 6, 11). Al decir «santificado sea tu Nombre», nos comprometemos a purificarnos de nuestros pecados, a fin de que el Nombre sea santificado en nosotros y por nosotros.

Pedimos a Dios santificar su Nombre porque él salva y santifica a toda la creación por medio de la santidad… Se trata del Nombre que da la salvación al mundo perdido pero nosotros pedimos que este Nombre de Dios sea santificado en nosotros por nuestra vida… (San Pedro Crisólogo, serm. 71).

Catecismo 2814

Segunda petición: «Venga a nosotros tu Reino»

Cristo, a través de su Pasión, Muerte y Resurrección inauguró el Reino de Dios en la Tierra. El Reino se encuentra presente entre nosotros a través de la Eucaristía, pero será realizado en toda su gloria con la Segunda Venida de Cristo. Por eso, la Iglesia exclama «¡Marana Thá!«, grito del Espíritu que significa «¡El Señor viene!».

La esperanza en la plenitud del Reino compromete a la Iglesia a reforzar su misión en este mundo: el anuncio universal del amor de Dios hacia los hombres y la invitación a ir a su encuentro.

En la oración del Señor, se trata principalmente de la venida final del Reino de Dios por medio del retorno de Cristo (Cf. Tt 2, 13). Pero este deseo no distrae a la Iglesia de su misión en este mundo, más bien la compromete. Porque desde Pentecostés, la venida del Reino es obra del Espíritu del Señor «a fin de santificar todas las cosas llevando a plenitud su obra en el mundo» (MR, plegaria eucarística IV).

Catecismo 2818

Tercera petición: «Hágase tu Voluntad en la tierra como en el cielo»

Con esta petición, los cristianos nos unimos a Cristo para expresar «no se haga mi voluntad, sino la tuya». Así como Él, siendo Hijo de Dios, experimentó la obediencia, nosotros pedimos al Padre unir nuestra voluntad a la suya para cumplir con su designio de salvación para el mundo: hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza. Pedimos insistentemente la realización de este designio en la tierra, que ya ha sido cumplido en el cielo.

El designio de Dios exige de los hombres que se amen los unos a los otros, así como Cristo lo ha enseñado. En su infinito Amor, el Padre quiere que todos alcancen la Salvación y que su Iglesia trabaje por ese propósito.

La voluntad de nuestro Padre es «que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1 Tm 2, 3 -4). El «usa de paciencia, no queriendo que algunos perezcan» (2 P 3, 9; Cf. Mt 18, 14). Su mandamiento que resume todos los demás y que nos dice toda su voluntad es que «nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado» (Jn 13, 34; Cf. 1 Jn 3; 4; Lc 10, 25-37).

Catecismo 2822

Peticiones de Gracia

Con las peticiones de Gracia, atraemos la mirada misericordiosa del Padre a nuestras vidas, a la par que ofrecemos nuestra esperanza a Su amor sin medida. Con ellas, reconocemos nuestra condición de pecadores y pedimos por «nosotros», es decir, por el mundo entero y por su historia.

La cuarta y quinta petición se refieren a nuestra vida como tal, sea para alimentarla, sea para curarla del pecado; las dos últimas se refieren a nuestro combate por la victoria de la Vida, el combate mismo de la oración.

Catecismo 2805

Cuarta petición: «Danos hoy nuestro pan de cada día»

El pan de cada día es tanto el alimento material como el espiritual. En su dimensión material, pedimos que todos y cada uno de los hombres puedan acceder a su comida diaria. El hambre en el mundo exige una responsabilidad efectiva hacia el prójimo por parte de los cristianos. No hay justicia en las relaciones personales y en las sociedades sin seres humanos que quieran ser justos. La existencia de la pobreza invita a compartir los bienes.

Se trata de «nuestro» pan, «uno» para «muchos». La pobreza de las Bienaventuranzas entraña compartir los bienes: invita a comunicar y compartir bienes materiales y espirituales, no por la fuerza sino por amor, para que la abundancia de unos remedie las necesidades de otros (Cf. 2 Co 8, 1-15).

Catecismo 2833

En su dimensión espiritual, esta petición hace referencia al hambre de «todo lo que sale de la boca de Dios». El mundo tiene necesidad de Dios y los cristianos tienen la responsabilidad de anunciar el Evangelio. El sentido cristiano de esta petición se refiere al Pan de Vida, como Palabra de Dios y Cuerpo de Cristo recibido en la Eucaristía.

Quinta petición: «Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden»

Dice Romanos 13, 8: «Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor. Pues el que ama al prójimo, ha cumplido la ley». El Señor, amando hasta el extremo del amor, pide que así también nos amemos los unos a los otros. Y así como no hay límite ni medida para el perdón de Dios, la oración cristiana exige el perdón de los enemigos.

La misericordia divina penetra en los corazones sólo cuando estos están abiertos al perdón del prójimo. La confesión permanente y la encomendación al Espíritu constituyen el camino para que la santidad y la misericordia broten sinceramente del corazón.

La oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos (Cf. Mt 5, 43 -44). Transfigura al discípulo configurándolo con su Maestro. El perdón es cumbre de la oración cristiana; el don de la oración no puede recibirse más que en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado. Los mártires de ayer y de hoy dan este testimonio de Jesús. El perdón es la condición fundamental de la reconciliación (Cf. 2 Co 5, 18 -21) de los hijos de Dios con su Padre y de los hombres entre sí (Cf. Juan Pablo II, DM 14).

Catecismo 2844

Sexta petición: «No nos dejes caer en la tentación»

En esta petición, reconocemos nuestra inclinación pecadora y solicitamos el Espíritu de discernimiento y de fuerza. Tensionados entre la carne y el Espíritu, solicitamos al Padre que nos libre de consentir a la tentación que conduce al pecado y a la muerte.

«No entrar en la tentación» implica una decisión del corazón: «Porque donde esté tu tesoro, allí también estará tu corazón … Nadie puede servir a dos señores» (Mt 6, 21 -24). «Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu» (Ga 5, 25). El Padre nos da la fuerza para este «dejarnos conducir» por el Espíritu Santo. «No habéis sufrido tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien , con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito» (1 Co 10, 13).

Catecismo 2848

Séptima petición: «Y líbranos del mal»

Finalmente, pedimos a Dios que nos guarde del Maligno y de sus astucias. El «príncipe de este mundo», vencido en la Hora de la Muerte y Resurrección de Nuestro Señor, dirige sus ataques contra los hijos de Dios.

Al pedir ser liberados del Maligno, oramos igualmente para ser liberados de todos los males, presentes, pasados y futuros de los que él es autor o instigador. En esta última petición, la Iglesia presenta al Padre todas las desdichas del mundo. Con la liberación de todos los males que abruman a la humanidad, implora el don precioso de la paz y la gracia de la espera perseverante en el retorno de Cristo. Orando así, anticipa en la humildad de la fe la recapitulación de todos y de todo en Aquél que «tiene las llaves de la Muerte y del Hades» (Ap 1,18), «el Dueño de todo, Aquél que es, que era y que ha de venir» (Ap 1,8; Cf. Ap 1, 4):

Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo (MR, Embolismo)

Catecismo 2854

Doxología final

Los primeros cristianos agregaron a la oración del Padre Nuestro una fórmula de alabanza, también conocida como doxología: «tuyo es el reino, el poder y la gloria por siempre Señor».

La doxología retoma los temas de las peticiones de Gloria (glorificación del Nombre, venida del Reino y la Voluntad salvífica de Dios) y los repite en forma de adoración y de acción de gracias. Al pronunciarla, se expresa la restitución de Cristo a Dios Padre de los títulos usurpados por el príncipe de este mundo.

Esta parte no siempre se incluye en el rezo actual del Padre Nuestro, que suele coincidir con la versión presente en el Evangelio de Mateo.

Cierre de la oración

«Después, terminada la oración, dices: Amén, refrendando por medio de este Amén, que significa “Así sea” (Cf. Lc 1, 38), lo que contiene la oración que Dios nos enseñó» (San Cirilo de Jerusalén, catech. myst. 5, 18).

Catecismo 2856

«Amén» es una palabra hebrea (אָמֵן) utilizada como símbolo de afirmación o confirmación en la verdad. Puede expresar consentimiento, verdad, constancia, seguridad e incluso fe. No tiene una traducción directa en otros idiomas. En el contexto del Padre Nuestro, se emplea para confirmar la sinceridad de las peticiones dirigidas a Dios.

Origen del Padre Nuestro

El origen del Padre Nuestro es la enseñanza de Jesús a sus apóstoles y, a través de ellos, a todos los cristianos. El Salvador destaca que Dios conoce nuestras necesidades antes de que las expresemos. Por eso, es inútil perderse en extensos palabreríos como hacen los paganos que piensas que, de esa forma, Dios les resultará más favorable.

Ahora bien, cuando oréis, no charléis mucho, como los paganos, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo.

Vosotros, pues, orad así:

Padre nuestro que estás en los cielos,
santificado sea tu Nombre;
venga tu Reino;
hágase tu Voluntad,
así en la tierra como en el cielo.
Nuestro pan cotidiano dánosle hoy;
y perdónanos nuestras deudas,
así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores;
y no nos dejes caer en tentación,
más líbranos del mal.

Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas.

Mt 6: 7-15

Jesús enseña un conjunto de peticiones básicas que sus seguidores deben dirigir al Padre. Estas peticiones expresan la esencia del mensaje cristiano, pero no significaron una novedad radical para los apóstoles. Antes bien, expresan la plenitud de la Ley a partir de elementos presentes en la cultura judía.

Padre Nuestro, Rey Nuestro

Expresiones como «Padre nuestro, que estás en los cielos», «Padre y Rey nuestro» o «Nuestro Señor, que estás en los cielos» no eran desconocidas en el judaísmo antiguo, pero sí era poco frecuente encontrar la expresión «Mi Padre» en una oración. Esta última forma de referirse a Dios Padre podía llegar a sonar íntima o familiar y ser considerada una falta con respecto al modo correcto de reverenciar a Dios.

Dirigirse con familiaridad a Dios era visto como inadecuado y hasta insolente. En cambio, llamarlo Padre de manera colectiva era algo aceptable y común en las oraciones. A diferencia de los Maestros judíos de su tiempo, Jesús se refería a Dios como Padre en un sentido íntimo. A partir de su obra salvadora, todos los cristianos podemos dirigirnos a Dios como hijos adoptivos. Cuando un cristiano dice «Padre Nuestro», no lo hace guardando la distancia con la divinidad propia del Antiguo Testamento.

Un ejemplo, entre muchos, de oración judía que se refiere a Dios como Padre es el Padre Nuestro, Rey Nuestro. Esta oración se rezaba en los Días Temibles, los diez días comprendidos entre el Año Nuevo Judío y el Día del Perdón o Yom Kippur.

Padre nuestro, Rey nuestro
agrácianos y respóndenos.
porque no tenemos obras
haz con nosotros misericordia y bondad
y sálvanos

Padre nuestro, Rey nuestro. Forma breve instituida por Rabbi Akiva en el siglo I.

La esperanza del Reino y la liberación del mal

Así como la santificación del Nombre de Dios era un mandato central del judaísmo, también la venida del Reino era su mayor esperanza. El Reino, en el judaísmo, es tanto una concepción escatológica como una realidad del tiempo presente.

Israel acepta el ‘yugo de la realeza’, porque Israel, por su obediencia a la voluntad de Dios, y por el cumplimiento de sus mandamientos, reconoce Su realeza, y se prepara para su manifestación más completa. Y, sin embargo, Israel reza: «Que su realeza se revele pronto y se nos haga visible».

Montefiore, C. J. (1930). Rabbinic literature and Gospel teachings, p. 131, Macmillan & Co. (traducción nuestra del inglés)

Algunas oraciones judías también solicitan al Señor ser librados del mal. El mal es un concepto amplio que incluye desde la arrogancia de los hombres hasta Satán, el destructor.

Después de su oración, el rabino Yehuda HaNasi dijo lo siguiente:

Que sea Tu voluntad, Señor nuestro Dios, y Dios de nuestros antepasados, que nos libres de los arrogantes y de la arrogancia en general, de un hombre malo, de un percance malo, de un mal instinto, de un mal compañero, de un mal vecino, del destructor Satanás, de un juicio duro y de un adversario duro, tanto si es un miembro de la alianza, un judío, o si no es miembro de la alianza.

Berakhot 16b: 23

La Misericordia de Dios

La confianza en la misericordia de Dios, expresada en el Padre Nuestro, Rey Nuestro, se encuentra también en varias otras oraciones. En general, el judaísmo coincide en que el perdón de Dios se obtiene siempre que se haya perdonado también al prójimo.

En este sentido, Jesús afirmó lo que ya era conocido por sus contemporáneos. Sin embargo, puede plantearse una exigencia mayor hacia sus discípulos en cuanto al perdón de los enemigos.

Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pues yo os digo que no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra; al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. A quien te pida da, y no vuelvas la espalda al que desee que le prestes algo.

Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los paganos? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre del cielo.

Mt 5: 38-48

La enseñanza del Rabino

Jesús se volvió y, al ver que le seguían, les preguntó: «¿Qué buscáis?». Ellos le respondieron: «Rabbí – que quiere decir ‘Maestro’-, ¿dónde vives?»

Jn 1 :38

Las referencias del Padre Nuestro a la teología judía del siglo I han sido objeto de varias reflexiones. Hemos mostrado algunas relaciones generales, pero hay muchos elementos que aún podrían analizarse. En general, hay consenso en aceptar que las peticiones de esta oración reflejan tanto la religiosidad judía del siglo I como aspectos centrales de la enseñanza de Jesús.

Al igual que los fariseos, Jesús era un Maestro que enseñaba a sus discípulos a interpretar la Ley y los Profetas. Cuando estos le pidieron «enséñanos a orar», Jesús retomó cuestiones teológicas centrales que podrían haberse expresado en varias oraciones de su época. Algunos estudiosos piensan que lo hizo en el contexto de Yom Kippur, durante los Días Temibles, por la importancia que el Padre Nuestro da a la Misericordia de Dios.

El Padre Nuestro transmite aquello que Jesús consideró importante en relación a la Antigua Alianza. En este sentido, es una oración similar a otras oraciones judías. Pero también invita al creyente a acercarse de una manera íntima a Dios, con una audacia humilde, y lo lleva a comprometerse en el camino del cristiano. Por esto, es la oración inaugural de la Nueva Alianza, dada por la gracia de Dios a todas las naciones mediante la obra de Jesús como Mesías.

El Padre Nuestro en su idioma original

Si quieres conocer cómo se escucha el Padre Nuestro en arameo, la lengua natural de Jesús, te compartimos esta hermosa interpretación del músico Jesús Cicuéndez.

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