¿Qué relación hay entre la enseñanza de Jesús y el matrimonio cristiano? ¿Cómo fue la institución de este sacramento? Te invitamos a leer cómo los acuerdos y desacuerdos de Jesús con el matrimonio judío llevaron a una nueva concepción de la unión entre un hombre y una mujer.
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Jesús y el matrimonio judío
El matrimonio fue una parte importante de la enseñanza de Jesús. Su primer milagro tuvo lugar en las bodas de Caná y también concedió un gran valor a las bodas judías en sus parábolas.
Es posible suponer que Jesús, al igual que sus contemporáneos, disfrutaba de asistir a las celebraciones de las bodas, así como de compartir la comida y el vino en presencia del sonido alegre de la música. Jesús aceptaba los ritos matrimoniales de los hebreos, pero en su enseñanza dejó claro que no estaba totalmente de acuerdo con la forma en que la institución del matrimonio era concebida.
El matrimonio en la ley de Moisés
En el judaísmo, el matrimonio no era entendido como un sacramento, sino más bien como un asunto social concerniente a las familias. Al igual que en otras culturas de la antigüedad, no había una definición legal estricta sobre lo que el matrimonio significaba. En general, se trataba de un arreglo entre familias, aunque existían leyes que regulaban algunos aspectos relacionados.
En el Israel del siglo I, las facciones fariseas de Hillel y Shammai consideraban la celebración de los esponsales como el criterio legal para la aceptación de un matrimonio. Más tarde, los rabinos definirían a los esponsales como la renuncia del control legal de un padre sobre su hija, en el caso de las menores de edad, y de la mujer sobre sí misma, en el caso de las mayores. La boda complementaría esta renuncia con la transferencia de la tutela legal al marido.
En el tiempo de Jesús, los aspectos legales del matrimonio no estaban completamente definidos, a excepción de ciertas leyes relacionadas con los bienes de las familias.
Todos los contratos matrimoniales de la antigüedad, fueran judíos o no, se centraban principalmente en las relaciones económicas, prestando ocasionalmente cierta atención al modo en que los cónyuges debían tratarse mutuamente. El propósito de los documentos matrimoniales judíos no era crear el matrimonio, sino aclarar y codificar las obligaciones económicas dentro del mismo. Una mujer (y su familia), por ejemplo, quería una garantía concreta y legalmente procesable de que su dote sería devuelta o transmitida a sus hijos (varones) cuando el matrimonio terminara. Quería tener la seguridad de que su marido le proporcionaría ropa y alimentos. El contrato matrimonial era un contrato civil que ordenaba estas relaciones.
Satlow, M. (2001). Jewish Marriage in Antiquity, 84, Princeton University Press (traducción nuestra del inglés)
El divorcio
Los judíos tenían permitido finalizar el matrimonio mediante divorcio en distintas situaciones, como por ejemplo haber vivido más de cierta cantidad de años sin tener hijos. La práctica parece haber sido bastante frecuente, ya que el judaísmo rabínico de los primeros siglos intentó desincentivarla mediante la fijación de una penalidad económica. En el tiempo de Jesús, el trámite de divorcio podía ser iniciado tanto por el hombre como por la mujer.
En la sociedad judía, se esperaba un comportamiento modesto de las mujeres, respetuoso de la ley de Moisés y de las costumbres judías. Si una mujer solía vestirse de una manera considerada indecorosa o acostumbraba mantener conversaciones con hombres extraños, el marido podía solicitar un divorcio. También podía hacerlo si ella no cumplía con los preceptos religiosos. Las mujeres podían solicitar el divorcio si sus maridos tenían llagas u olores horribles.
Había diferentes posturas en relación a las causales de divorcio. En el siglo I, la facción de Hillel tendía a aceptar una gran variedad de causales. La facción de Shammai mantenía una postura más conservadora, prohibiendo el divorcio con excepción de los casos en que la mujer cometiera adulterio.
El adulterio
Si una mujer pasaba demasiado a tiempo a solas con un hombre, el marido podía comenzar a albergar sospechas de adulterio y eventualmente solicitar el divorcio. En los tiempos del Antiguo Testamento, el adulterio era considerado un delito grave y era penado con la pena capital (Lv 20:10 y Dt 22:22). Si una mujer casada era sorprendida cometiendo el delito, ella y su amante eran condenados a lapidación.
Hacia el siglo I, la sociedad judía había establecido normas muy estrictas para aplicar la condena capital. Las condenas de lapidación eran muy extrañas, ya que requerían que se cumplieran ciertas condiciones. Algunas de las condiciones exigidas eran que la persona fuera encontrada cometiendo el delito, en presencia de testigos y luego de haber sido advertida claramente sobre las consecuencias de sus actos. En los casos del adulterio comprobado, el divorcio era el desenlace más probable.
La postura de Jesús sobre el matrimonio judío
Se acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, preguntaron: «¿Puede el marido repudiar a la mujer?». Él, a su vez, les preguntó: «¿Qué os prescribió Moisés?». Ellos le respondieron: «Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla».
Jesús les dijo: «Escribió para vosotros este precepto a causa de vuestra cerrazón de mente. Pero desde el comienzo de la creación, Él los hizo varón y hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió no lo separe el hombre».
Mc 10: 2-9
Ante la pregunta de los fariseos, Jesús da una respuesta similar a la que daría un rabino de la facción de Shammai. Según el evangelio de Mateo, Jesús consideraba el divorcio como equivalente al pecado de adulterio, excepto en los casos en que el adulterio de uno de los cónyuges fuera la causa (Mt 5: 31-32). En Marcos, puede leerse algo parecido:
Ya en casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre esto. Él les dijo: «Quien repudie a su mujer y se case con otra comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio».
Mc 10: 10-12
Para Jesús, Moisés legisló el divorcio a causa de la dureza de corazón de su pueblo. Al ser un contrato privado entre familias que implica un conjunto de relaciones económicas, lo natural es esperar que pueda rescindirse por pedido de las partes involucradas. Las palabras de Jesús dejan ver su desacuerdo con esa concepción. Él afirma, en cambio, que el matrimonio tiene un sentido divino, ya que es la unión de un hombre y una mujer ante Dios.
Jesús y el matrimonio cristiano
Jesús recurre al libro del Génesis para reafirmar el sentido divino de la unión de un hombre y de una mujer. Por efecto del matrimonio ante Dios, ambos se convierten en una sola carne. El carácter sagrado de esta unión es lo que se opone a la posibilidad del divorcio.
La manera en que Jesús concibe el matrimonio implica nuevas exigencias. Como se trata de una unión indisoluble, se espera de los cónyuges un compromiso de servir a Dios como pareja. Además, decidirse a compartir toda la vida como «una sola carne» sólo es posible a partir de un profundo amor. La imposibilidad del divorcio lleva a la necesidad de preparar un proyecto de vida con la otra persona antes de pensar en la boda.
La exigencia del amor cristiano
Según el evangelio de Juan, Jesús dejó un nuevo mandamiento a sus discípulos: «Aménse unos a otros, como yo los he amado» (Jn 15: 12). A continuación, adelantándose a su Pasión, les dice que no hay mayor amor que dar la vida por los amigos (Jn 15: 13). El amor de Jesús supone una profunda entrega al prójimo y es este tipo de amor el que parece encontrarse en la base de su concepción del adulterio.
«Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pues yo os digo que todo el que mira con deseo a una mujer ya cometió adulterio con ella en su corazón».
Mt 5: 27-28
Según el evangelio de Mateo, Jesús exige de los cónyuges una entrega profunda de amor. Mirar con deseo a otra persona es cometer adulterio porque es ir en contra del amor de la pareja.
La institución del matrimonio cristiano
Cuando Jesús dice «lo que Dios unió no lo separe el hombre» expresa una concepción del matrimonio similar a la de la facción de Shammai, pero que esconde una profunda diferencia. La exigencia de amor de Jesús es radical, ya que el corazón de un cónyuge debe entregarse enteramente a la pareja.
La enseñanza de Jesús convirtió lo que se consideraba un contrato social en un sacramento. Las formas rituales de este sacramento se fueron definiendo durante el primer milenio de la Iglesia. Al principio, los cristianos se casaban como todo el mundo, según las leyes del país de pertenencia, pero también realizaban un casamiento paralelo en la Iglesia para cumplir con la nueva concepción enseñada por el Señor.
San Pablo, en la primera carta a los Corintios, habla de casamientos realizados «en el Señor» (1 Cor 7: 39). A finales del siglo II, escribe Tertuliano que no casarse «en el Señor» es una falta grave (Ad uxorem II 1,3). Para Tertuliano, el matrimonio «en el Señor» es un matrimonio ante la Iglesia.
¿Cómo ser suficientemente buenos para describir la felicidad de un matrimonio que la iglesia concilia, que la ofrenda confirma, que la bendición sella, que los ángeles proclaman, que el padre ratifica? Ni siquiera en la tierra los hijos se casan sin el consentimiento de los padres, si lo hacen como el uso y la ley manda.
Tertuliano. Ad uxorem II 8,6 (traducción de Beatriz Alejandra Piña Castro)
Conclusión
Jesús implementó dos novedades con respecto al matrimonio: lo elevó a la dignidad de sacramento y lo basó en una profunda entrega de amor.
La Iglesia primitiva, siguiendo la enseñanza del Señor, entendió que debía complementar los casamientos civiles propios de cada nación con nuevas formas rituales. Estas nuevas formas rituales se conocieron como «casamiento en el Señor». Aunque no las conocemos en detalle, podemos afirmar que se trató de la primera respuesta de la Iglesia a la institución del matrimonio como sacramento.