La presentación de Jesús en el Templo

La Presentación de Jesús en el Templo


Tras el nacimiento de Jesús, el Evangelio de Lucas continúa el relato de la infancia con la circuncisión y la presentación en el Templo de Jerusalén. Ambos actos son ritos propios del culto de Israel del cual Jesús participó toda su vida.

Al octavo día de su nacimiento, Jesús fue circuncidado y se le puso el nombre que el ángel le había dado a María en la Anunciación. La Circuncisión de Jesús es señal de su inserción en el Pueblo de la Alianza y, para el catolicismo, constituye un signo que prefigura el Bautismo.

Luego, los padres llevaron al niño para ser presentado ante Dios, tal como estaba escrito en la Ley. En este artículo, veremos en detalle la presentación de Jesús en el Templo, el cuarto de los misterios gozosos del Rosario.

El Primogénito del Señor

Lucas cuenta que María y José llevaron a Jesús para ser presentado al Señor una vez cumplidos los días para la purificación. Según se indica en el Levítico, luego de dar a luz, la madre debía esperar cuarenta días para realizar la purificación ritual y poder asistir al Templo. El rito de expiación implicaba llevar la ofrenda de un animal en sacrificio. Sobre María y José, Lucas indica que llevaron un par de tórtolas o dos pichones. Esta era la ofrenda de los más humildes, que no podía llevar un cordero para el sacrificio.

En el libro del Éxodo, «Yahvé dijo a Moisés: ‘Conságrame todo primogénito. Todo primer parto entre los israelitas, tanto de hombres como de animales, es mío'» (Ex 13 1-2). Unos pasajes más adelante, vemos que el rescate de los primogénitos está relacionado con la liberación de Egipto, cuando Yahvé protegió a los primogénitos de Israel. En el caso del ganado, el rito exige que debe ser sacrificado. Para los hijos, los padres deben pagar un rescate con monedas de plata.

Con estos pasajes, Lucas destaca que los padres de Jesús cumplieron con todo lo indicado en la Ley del Señor. Llevaron al niño a circuncidar a los ocho días, esperaron los días de purificación y luego fueron al Templo para realizar el rescate. Jesús nace en una familia de personas piadosas que cumplen con los preceptos de la Ley de Moisés.

El cántico de Simeón

El Evangelio continúa con la introducción de la figura de Simeón, un hombre piadoso y justo al que el Espíritu Santo le había revelado que «no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor» (Lc 2 26). El día que presentaron a Jesús, Simeón fue al Templo movido por el Espíritu, y al encontrar al niño Jesús, lo tomó en brazos y alabó a Dios con un cántico.

Ahora, Señor, puedes, según tu palabra;
dejar que tu siervo se vaya en paz,
porque han visto mis ojos tu salvación,
la que has preparado a la vista de todos los pueblos,
luz para iluminar a las gentes
y gloria de tu pueblo Israel.

Lucas 2 29-32

En los tiempos de Jesús, se cree que muchos esperaban la llegada de un enviado de Dios que restauraría la alianza con el pueblo de Israel. Se entiende que la promesa revelada a Simeón por el Espíritu se refiere a este enviado cuando menciona al Cristo del Señor. ‘Cristo’ (del griego antiguo Χριστός, Christós) significa ‘ungido’ y es la traducción en griego de la palabra hebrea que se empleaba para Mesías.

Al igual que Isabel en la visitación queda llena de Espíritu Santo y bendice a María, Simeón, al ver al niño y movido por el Espíritu, reconoce en Jesús al salvador de los pueblos enviado por Dios. Los pasajes del cántico nos recuerdan al primero de los cuatro ‘cantos del Siervo’ presentes en Isaías:

Yo, Yahvé, te he llamado
en nombre de la justicia;
te tengo asido de la mano,
te formé y te he destinado
a ser alianza de un pueblo,
a ser luz de las naciones;
para abrir los ojos a los ciegos,
para sacar del calabozo al preso,
de la cárcel al que vive en tinieblas.

Isaías 42 1

Las profecías de Simeón y Ana

Simeón reconoce al niño Jesús como luz de las naciones y gloria de Israel, pero también ve en él un signo de contradicción y anuncia un destino doloroso para María:

Éste está destinado para caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de contradicción -¡a ti misma una espada te atravesará el alma!-, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.

Lucas 2 34-35

La profecía de Simeón presenta al salvador en un contexto de enfrentamiento, donde las personas deberán manifestarse en su favor o en su contra.

Luego, aparece la figura de Ana, una profetisa viuda que servía a Dios constantemente en el Templo e interpretaba sus designios. Durante el encuentro de Simeón con Jesús, Ana «comenzó a alabar a Dios y a hablar del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén» (Lc 2 38).

El Catecismo de la Iglesia Católica señala que, «con Simeón y Ana, toda la expectación de Israel es la que viene al Encuentro de su Salvador» (529). La presentación en el Templo tiene una profunda conexión con el contexto de la religión israelita y con las esperanzas de los hebreos en el tiempo de Jesús. Simeón y Ana, dos hombres piadosos y conocedores de su religión, reconocen en el pequeño Jesús al Mesías anunciado en las Escrituras.

El rescate de la humanidad

El relato de la presentación de Jesús en el Templo para cumplir con el rescate de los primogénitos tiene reminiscencias de lo que será el sacrificio pascual de Jesús. María y José llevan al niño a Jerusalén, la ciudad que será el destino final del camino de Jesús y dónde realizará el Via Crucis. Este será el momento más doloroso y de mayor enfrentamiento en la vida de Jesús y de quienes lo rodean, en el que la espada anunciada por Simeón atravesará el alma de María.

Por la presentación en el Templo se muestra que Jesús es el Primogénito que pertenece a Dios y sus padres pagan por su rescate, como estaba prescrito en la Ley. Pero Jesús, como el redentor de los pueblos anunciado en las Escrituras, tiene una misión dentro del plan de salvación divino. Él será quien, a través de un sacrificio que generará enfrentamientos, rescatará a la humanidad de sus pecados. De hecho, muchas veces en el Nuevo Testamento, el sacrificio de Cristo se presenta como un rescate para la humanidad.

Y sabed que no habéis sido rescatados de la conducta necia heredada de vuestros padres con algo caduco, con oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, cordero sin tacha y sin mancilla.

I Pedro 1 18-19

El acto de redención del Hijo de Dios no se paga con objetos materiales como el rescate de los primogénitos, sino que se parece más al rito de purificación de los pecados. Jesús se ofrece a sí mismo en sacrificio y derrama su sangre en el altar de la Cruz por nuestros pecados. Él es el Cordero Pascual enviado por Dios para quitar los pecados del mundo.

1 comentario en “La Presentación de Jesús en el Templo”

  1. Muy bien escrito y explicado, gracias por el aporte. Esta presentación a los 8 días de nacer es la famosa circuncisión judía que los católicos hemos cambiado por una circuncisión no hecha a mano (el bautismo católico), que aparece en Colosenses 2:11

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