La Visitación de María a Isabel

La Visitación de María a Isabel


“En aquellos días, se puso en camino María y se dirigió con prontitud a la región montañosa, a una población de Judá. Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno; Isabel quedó llena de Espíritu Santo y exclamó a gritos: ‘Bendita tú entre las mujeres y el bendito el fruto de tu seno; ¿cómo así viene a visitarme la madre de mi Señor? Porque apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!’” .
Lc 1 39-45

Inmediatamente después de la Anunciación del ángel Gabriel, el Evangelio de Lucas relata el episodio de la Visitación de María a Isabel, su pariente. Se trata de un momento de gran importancia para los católicos y constituye el segundo misterio gozoso en el rezo del Rosario.

En la Anunciación, el ángel había mencionado que Isabel había quedado embarazada a pesar de su avanzada edad como una muestra de que nada es imposible para Dios. Luego de este significativo mensaje, dice el evangelio que María se puso en camino y se dirigió con prontitud a visitarla. 

Con respecto a esto, dice Benedicto XVI que “las únicas cosas del mundo que merecen prisa son precisamente las de Dios, que tienen la verdadera urgencia para nuestra vida” (2011). A continuación, analizaremos en detalle algunos aspectos centrales del episodio de la Visitación.

La presencia del Espíritu Santo

En la Anunciación, el ángel le había dicho a María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti” (Lc 1 35). En el episodio de la Visitación, el Espíritu Santo también está presente y así como antes fue anunciado por el ángel, ahora es introducido por el saludo de María. 

Leemos que “en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno” y luego Isabel, llena del Espíritu, proclama sus palabras a María. Aquí vemos cómo “la gracia de la Encarnación, después de haber inundado a María, lleva salvación y alegría a la casa de Isabel” (Juan Pablo II, 1996).

Del mismo modo en que las palabras del ángel manifiestan la gracia de Dios sobre María y anticipan el rol salvífico que tendrá su Hijo, el saludo de María ilumina a Isabel y al niño en su vientre. Juan el Bautista salta de gozo en el seno de su madre cuando tiene su primer encuentro con el Salvador y su madre se llena del Espíritu Santo. De esta manera, Lucas muestra que se concreta lo que el ángel le había dicho a Zacarías: “estará lleno de Espíritu Santo desde el seno de su madre” (Lc 1 15).

Vínculo con el Antiguo Testamento

Todo el episodio de la Visitación está ligado al Antiguo Testamento. Este debe ser leído a la luz del Nuevo Testamento para la Iglesia Católica. En estos pasajes del Evangelio de Lucas, encontramos numerosos puntos en común con el Antiguo Testamento.

El contexto mesiánico de la Visitación

El salto de gozo de Juan el Bautista, quien será quien allane el camino para la llegada del Mesías, puede asociarse con la alegría mesiánica presente en el Antiguo Testamento. En diversos pasajes, los profetas llaman a Jerusalén a alegrarse porque habría de venir el Ungido de Dios que habitaría entre ellos. En este mismo sentido, la Biblia de Jerusalén traduce “alégrate, llena de gracia” en el anuncio del ángel a María.

Las palabras de Isabel

En contraposición con la mudez de Zacarías, Isabel explota en alabanzas. El evangelio cuenta que Zacarías había quedado mudo por su falta de fe ante las palabras del ángel. En cambio, Isabel expresa una profunda fe desde el momento en que María la saluda.

Por un lado, dice “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno”. Exclamaciones similares a ésta aparecen en torno a Yael y Judit, dos mujeres del Antiguo Testamento que enfrentan enemigos del pueblo de Israel. En ambos casos, la frase se menciona en el marco de una exclamación que otros proclaman ante las mujeres. Prefigurada en estas mujeres que vencen a los enemigos, María es presentada por Lucas como una mujer que traerá la salvación por el fruto de su seno.

Además, Isabel pregunta “¿cómo así viene a visitarme la madre de mi Señor?”. Con estas palabras, la pariente de María reconoce que quien la visita lleva en su vientre al Hijo de Dios. El término Señor es utilizado en el Antiguo Testamento para referirse a un rey o para hablar del Mesías. De hecho, Jesús hace mención explícita a este término cuando pregunta cómo es posible que David llame Señor a uno de sus descendientes en el Salmo 110. Isabel, que está llena del Espíritu Santo, reconoce así que quien se encuentra en el vientre de María es el Dios a quien ella responde.

El traslado del arca por parte de David

“Porque apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno”. Benedicto XVI nos dice que en esta oración, el término empleado para ‘saltar’ es el mismo que se utiliza para describir la danza de David frente al arca de Yahvé en una de las antiguas traducciones griegas del Antiguo Testamento. Este momento relata el traslado por parte de David del arca hacia Jerusalén.

El arca de Dios era el cofre sagrado que Yahvé le había mandado construir a Moisés. Se trata del Santuario que representa la presencia de Dios en medio de su pueblo. En el Libro Segundo de Samuel, se cuenta cómo David trasladó el arca hacia Jerusalén.

Son varios los puntos en común que encontramos entre la Visitación y el relato del arca de Dios. Los repasaremos a continuación.

  • En el episodio del traslado del arca, se dice que David “se puso en marcha, con toda la gente que le acompañaba, hacia Baalá de Judá, con intenciones de transportar desde allí el arca de Dios” (2 S 6 2). En la Visitación, dice Lucas que “se puso en camino María y se dirigió con prontitud a la región montañosa, a una población de Judá”. Esta población ha sido identificada por la tradición como Ein Karen, ubicada a unos 6 kilómetros de Jerusalén.
  • Uzá, que transportaba el arca, la sujetó para que no se cayera y fue herido de muerte. David sintió miedo y dijo: “¿Cómo voy a llevar a mi casa el arca de Yahvé?” (2 S 6 9). Esta pregunta es similar a la que Isabel le hace a María cuando no se siente digna de recibir una visita de la Madre de su Señor.
  • David decide no llevar el arca a su ciudad, sino a la casa de Obededón. Allí permanece el arca por tres meses colmando a Obededón de grandes bendiciones. Del mismo modo, Lucas señala que María permaneció con Zacarías e Isabel unos tres meses.
  • Como hemos mencionado, los saltos de alegría están presentes en ambos pasajes, en David y Juan el Bautista. Se dice de David que “danzaba girando con todas sus fuerzas delante de Yahvé” (2 S 6 14). Asimismo, Juan el Bautista salta de gozo cuando se encuentra ante el niño Jesús en el vientre.
  • Ambos episodios muestran gritos y exclamaciones. En el Libro Segundo de Samuel se indica que “los israelitas transportaban el arca de Yahvé entre clamores y resonar de cuernos” (2 S 6 15). En Lucas, se dice que Isabel “exclamó a gritos” las palabras que le dirigió a María.

María, el Arca de la Nueva Alianza

Los numerosos puntos de contacto entre la historia del traslado del arca de Dios y la Visitación han llevado a la tradición a ver a María como el arca de la Nueva Alianza.

El pueblo de Israel estableció una alianza con Yahvé a través de sus padres Abraham y Moisés. Dentro de esta Antigua Alianza, el arca era un elemento central en la convivencia de Dios con su pueblo.

Tras el exilio en Babilonia, el arca desaparece y los profetas comienzan a reavivar la esperanza mesiánica de la redención de Israel.

Para el catolicismo, María es el arca de la Nueva Alianza que trae con ella la tan esperada llegada del Salvador. Al igual que en el episodio de David, el arca que contiene al Señor se traslada hacia la tierra de Judá y produce grandes bendiciones en quienes visita. 

El arca ya no es un símbolo de la presencia de Dios en el mundo y con su pueblo, sino una persona humana en la que se encarna el Hijo de Dios. Él es el Mesías tan esperado, el Dios con nosotros, que con su entrega nos liberará de los pecados para reunirnos nuevamente con Dios.

Palabras finales

Tanto María como Jesús comienzan a cumplir con el plan de Dios tan pronto como la Madre del Señor recibe el mensaje de Dios. Lo primero que hace María es un viaje desde Galilea a Judea, emulando lo que será el viaje misionero de su Hijo. Por su parte, Jesús ya se manifiesta obrando maravillas en las personas desde antes de su nacimiento. María “se transforma en el modelo de quienes en la Iglesia se ponen en camino para llevar la luz y la alegría de Cristo a los hombres de todos los lugares y de todos los tiempos” (1996).

En el comienzo del Evangelio de Lucas, se dice de Zacarías e Isabel que “eran justos ante Dios y cumplían fielmente todos los mandamientos y preceptos del Señor” (Lc 1 15). Además del vínculo que une a Juan el Bautista con Jesús como aquel que “irá delante de él con el espíritu y poder de Elías” (Lc 1 17), la Visitación también da cuenta de la llegada del Mesías a un pueblo de creyentes justos que cumplían con sus mandamientos y esperaban su venida.

En sus palabras, la pariente de María exclama: “¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!”. Tras proclamar que el hijo de María es el Señor, Isabel reconoce el lugar que María ocupa en la Salvación al haber creído y confiado en la Palabra de Dios. Las palabras de Isabel evocan lo que Jesús le dirá a Tomás en su aparición tras la Resurrección: “Dichosos los que no han visto y han creído” (Jn 20 29).

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