Jesús y los enfermos

Jesús y los enfermos en el contexto de la Antigüedad


La relación entre Jesús y los enfermos que curó se enmarca en el contexto de las concepciones médicas de la cultura judía de la época. Esta relación trasciende las meras curaciones físicas, representa un entrelazamiento de espiritualidad y sanación. Te invitamos a explorar tanto su ajuste cultural como su trascendencia en el origen del sacramento de la unción de los enfermos.

La enfermedad como consecuencia del pecado

En la antigua tradición judía, la enfermedad solía interpretarse como una de las posibles consecuencias del pecado. Desde esta perspectiva, desviarse de los mandamientos y los caminos de Dios podía acarrear efectos negativos, incluyendo aflicciones físicas y sufrimiento. Estos padecimientos se consideraban una manifestación de la divina indignación y una forma de corrección o enseñanza por parte de Dios.

El concepto de enfermedad como resultado de la transgresión está presente en distintos pasajes del Antiguo Testamento.

  • En el libro de Génesis, capítulo 20, se narra cómo Abimelec toma a Sara, sin saber que es la esposa de Abraham. En respuesta, Yahvé castiga su hogar con la esterilidad y advierte al rey sobre su inminente muerte. Confundido, Abimelec rectifica su error y, en consecuencia, Yahvé restaura la salud tanto del rey como de su familia.
  • El Deuteronomio, capítulo 28, presenta una serie de bendiciones y maldiciones que recaerán sobre aquellos que obedezcan los mandamientos de Yahvé y aquellos que no lo hagan, respectivamente. Entre las maldiciones, se mencionan aflicciones como la tisis, la fiebre, la inflamación, la gangrena, la sequía y otras, que persiguen a las personas hasta su desaparición.
  • Números 12 relata cómo Miriam, esposa de Aarón, es castigada con lepra luego de rebelarse contra Moisés: «Y se encendió la ira de Yahvé contra ellos. Cuando se marchó, y la Nube se retiró de encima de la Tienda, María advirtió que estaba leprosa, blanca como la nieve. Aarón se volvió hacia María y vio que estaba leprosa» (v. 10).
  • En 2 Samuel, capítulo 24, se cuenta cómo el pueblo de Israel sufre una plaga como consecuencia de la desobediencia del rey. Yahvé habla al profeta Gad, quien comunica a David que puede elegir entre tres calamidades: tres años de hambruna, tres meses de derrotas ante sus enemigos o tres días de peste en su tierra. Aunque angustiado, David opta por la peste, confiando en la misericordia de Yahvé.

Estos pasajes ilustran la perspectiva antigua que vinculaba la enfermedad con el concepto de pecado en la tradición judía, reflejando la creencia en la interacción entre las acciones humanas y la voluntad divina.

Yahvé sana

Siguiendo la perspectiva de que la enfermedad es una consecuencia del pecado, el Antiguo Testamento también presenta la idea de que Yahvé concede la curación al pecador arrepentido. En los pasajes mencionados previamente, observamos cómo Abimelec y su familia recobran la salud tras su arrepentimiento, en Deuteronomio 28:1-14 se prometen bendiciones a quienes obedezcan a Yahvé, María experimenta la sanación gracias a la súplica de Aarón después de siete días, y David deposita su confianza en la misericordia de Yahvé al optar por la peste.

La sanación de Dios se expresa también en otros pasajes del Antiguo Testamento. Luego de convertir en dulce el agua amarga de Mará, Yahvé dijo a Moisés: «Si escuchas atentamente la voz de Yahvé, tu Dios, y haces lo que considera recto; si obedeces sus mandatos y guardas todos sus preceptos, no te afligiré con ninguna de las plagas con que afligí a los egipcios; porque yo soy Yahvé, el que te sana» (Ex 15: 26). En el cántico de Moisés añadido al libro del Deuteronomio, se expresa: «Ved ahora que yo soy yo, y que no hay otro Dios junto a mí. Yo hago morir y hago vivir, yo hiero y yo sano» (Dt 32:39).

El salmo 107 refleja lo esencial de esta concepción sobre la enfermedad y la salud. El hombre enferma, debilitado por sus propios errores, y la palabra de Yahvé es la medicina que lo devuelve a la vida.

Embotados por todos sus yerros,
miserables a causa de sus culpas,
les daban repugnancia los manjares,
ya estaban a la puerta de la muerte.

Pero clamaron a Yahvé en su apuro,
y él los libró de sus angustias.
Su palabra envió para sanarlos
y arrancar sus vidas de la fosa.

Salmo 107:17-20

Otros motivos de la enfermedad

Dentro del Antiguo Testamento se encuentran pasajes que sugieren que el pecado no era el único origen de la enfermedad en la antigua Israel:

  • En el libro del Éxodo, Yahvé responde a Moisés: «¿Quién ha dado la boca al hombre? ¿Quién hace al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo, Yahvé? » (Ex 4:11). Este versículo sugiere que, al menos en cuanto a las discapacidades se refiere, algunas enfermedades son designio de Dios.
  • El libro de Job narra cómo las enfermedades y desgracias de Job son resultado de la intervención de Satanás. Satanás busca demostrar a Dios que Job eventualmente lo maldecirá. Dios permite que Satanás ponga a prueba a Job para mostrar que la auténtica fe y lealtad no dependen de circunstancias externas ni de bendiciones materiales (Job 1:12).
  • En ocasiones, la enfermedad es el medio a través del cual ocurre la muerte, algo inevitable para todos los seres humanos. En este sentido, encontramos personas que enferman sin que se indique expresamente que sea consecuencia de un pecado en particular. Esto es evidente en los casos de Jacob en Génesis 48:1 y de Eliseo en 2 Reyes 13:14.

La figura del hombre de Dios

Los hombres de Dios o profetas de Yahvé eran considerados por el pueblo como obradores de milagros. Se creía que el poder divino actuaba a través de ellos. Los libros de los Reyes guardan tradiciones de sanaciones atribuidas a Elías y Eliseo. A Elías se le atribuye haber resucitado al hijo de una viuda luego de que una terrible enfermedad tomara su vida (1 Reyes 17:17-24). A Eliseo también se le atribuye una resurrección (2 Reyes 4:18-37), así como la curación de lepra a Naamán, general del ejército del rey de Siria (2 Reyes 5:1-14).

Los milagros atribuidos a Elías y Eliseo indicaban, según el pensamiento hebreo, que Dios podía sanar a través de hombres escogidos por Él mismo. Del Mesías de Israel se esperaba que sanara a los enfermos y resucitara a los muertos. Su figura debía estar en continuidad con los signos obrados por Dios por medio de estos dos grandes profetas. La fe en la salvación traída por el Mesías fue el eje vertebral de la relación de Jesús y los enfermos (Lc 7:22-23).

La figura del médico

…pues todo lo blanqueáis con mentiras, sólo sois médicos de apariencia.

Job 13:4

En el Israel antiguo, la figura del médico no gozaba de un gran prestigio. Los conocimientos médicos eran limitados y se centraban principalmente en la preparación de bálsamos curativos (Jeremías 8:22 y 46:11) y en las propiedades terapéuticas de ciertas frutas, como el higo (2 Reyes 20:7). Por eso, la actividad del médico se focalizaba en el acompañamiento y alivio de los dolores del enfermo. La terapéutica acumulaba fracaso tras fracaso, lo que llevaba a los israelitas a desconfiar de la medicina. 2 Crónicas cuenta cómo Asa, rey de Judá, enfermó de los pies y murió por depositar su confianza en los médicos sin buscar la ayuda de Yahvé.

La medicina en la antigua Israel no se distinguía mucho de la de otros pueblos mesopotámicos. Por ejemplo, la circuncisión, un procedimiento quirúrgico practicado en la entrada al pacto mosaico, también se llevaba a cabo en otras culturas como la egipcia, principalmente por razones higiénicas (Heródoto, «Historias», Libro II, XXXVII). En el caso de Israel, su valor profiláctico era un beneficio secundario en comparación con su importancia religiosa.

Otras medidas consideradas profilácticas también tenían un fundamento religioso en el cumplimiento de la ley mosaica. Estas incluían las leyes relacionadas con la alimentación (Levítico 11), la purificación después del parto (Levítico 12), las enfermedades de la piel (Levítico 13-14) y la pureza sexual (Levítico 15).

El médico como servidor de Dios

El académico Howard Clark Kee destaca un cambio de perspectiva sobre la figura del médico en los tiempos de Jesús Ben Sirá (190-180 a.C.). El autor del Eclesiástico exhorta a honrar a los médicos por los servicios que prestan (38:1), ya que «el Señor ha creado medicinas en la tierra, y el hombre prudente no las desprecia» (38:4).

El médico, asistido por el farmacéutico, quien prepara las mezclas que curan y alivian el dolor, actúa como instrumento de Dios. Lo hace al proveer las medicinas que el mismo Creador ha distribuido en el mundo. Este actuar no es contrario a la concepción de la enfermedad como resultado del pecado. Más bien, el enfermo debe presentarse ante el médico confiando en Yahvé y arrepentido, preparado a través de la oración y el sacrificio.

¿Cómo se explica este cambio básico de actitud hacia la medicina? La explicación más probable es que el judaísmo del periodo helenístico se vio influido por la tradición griega de la medicina, que se venía desarrollando desde antes de Hipócrates. El impacto del helenismo en este periodo es obvio en la adopción judía de nombres griegos como Alejandro y Antípatro, así como en esferas más intelectuales, tales como la adaptación judía de la ética estoica y la teoría de la ley natural. Es lo que cabría esperar, por tanto, que una preocupación humana tan básica como la curación se viera igualmente influida por las tradiciones griegas. El énfasis predominante en las hierbas y otros elementos fácilmente disponibles en el mundo natural como base de las curas recuerda la perspectiva de Plinio en su Historia Natural

Kee, H. C. (1988). Medicine, miracle and magic in New Testament times (No. 55), p. 20. Cambridge University Press. (traducción nuestra del inglés)

La medicina griega

En la época de Hipócrates (460 – 370 a.C.), los griegos concebían la enfermedad como una manifestación de la voluntad divina. Al considerar que la naturaleza tenía un origen divino, no se hacía una distinción clara entre las enfermedades causadas por humanos o por dioses. Similar a la perspectiva hebrea, la enfermedad podía interpretarse como un castigo divino.

Hacia el periodo helenístico (323 – 32 a.C.), los griegos incorporaron al azar como motivo de la enfermedad o intentaron explicarla como algo que entraba necesariamente en el orden natural de las cosas.

La figura del médico griego se desarrolló sobre la antiquísima función del iatros o curador. Los iatroi eran individuos hábiles con las manos y poseían conocimientos sobre ungüentos, brebajes y emplastos. Los autores antiguos mencionan un desarrollo gradual, en el que Quirón fue considerado el pionero en la medicina a base de hierbas, Apolo en oftalmología y Asclepio en la atención clínica.

La medicina de Asclepio, también conocido como Esculapio, habría sido de tipo empírica y llevada luego por Hipócrates a una sistematización racional. Los médicos hipocráticos gozaron de gran prestigio y del favor de las clases dirigentes y minorías cultas. Sin embargo, la imposibilidad de curar muchas de las dolencias de la gente y una percepción social de una ambición desmedida por el dinero, les acarrearon la fama de ineptos codiciosos.

El theios aner

En paralelo a la medicina técnica, existía una forma de medicina de carácter ritual y mágico. Esta era practicada por individuos que combinaban las cualidades de videntes y médicos. Las personas acudían a ellos en busca de curación para enfermedades enigmáticas. Por lo general, estas eran afecciones que no habían respondido a la medicina convencional. En ocasiones, las personas recurrían a ellos debido a la desconfianza hacia la ambición de los médicos. Estos individuos incluían adivinos, curanderos e impartidores de ritos purificatorios. En la bibliografía académica, a veces se los caracteriza con la figura del theios aner (θεῖος ἀνήρ) u hombre divino. Sin embargo, esta caracterización no es adecuada.

El término theios aner se utilizaba para destacar la excepcionalidad de un hombre que parece estar relacionado con la divinidad. Hacía referencia a personas que sobresalían por su virtud y no se aplicaba específicamente a curadores. No fue hasta el siglo II d.C., con la extensión del cristianismo, que figuras como Simón Mago, Apolonio de Tiana y Alejandro de Abonutico fueron consideradas como hombres divinos, portadores de un poder que emanaba de lo divino y que transmitía la capacidad de sanación.

El cambio en el significado del término estuvo influenciado por la figura de Jesús, theios aner por excelencia. Se decía de él que era un hombre «poderoso en obras y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo» (Lc 24:19). Jesús, como Mesías, fue el modelo máximo del hombre virtuoso, un hombre de Dios según el modelo de Elías y Eliseo.

Enfermedad y curación por contacto

Junto a la perspectiva griega que concebía la enfermedad como un castigo divino, se desarrolló una visión alternativa de la enfermedad como un suceso impredecible, especialmente ligada al concepto de contagio. Se consideraba que detrás del morbo operaban distintos tipos de fuerzas o dynameis, en ocasiones percibidas como entidades espirituales y en otras ocasiones como elementos de naturaleza material, o incluso como manifestaciones de un dinamismo de fuerza misteriosa.

Esta dynamis, presente en objetos del mundo, seres humanos, demonios y dioses, o en cualquier elemento de origen enigmático, era considerada transmisible, ya sea a través del contagio a distancia o del contacto directo. Esta capacidad de transmisión permitía también transferir la propia enfermedad a otros objetos, principalmente al agua en el contexto de abluciones terapéuticas, o impregnarse de una dynamis divina para contrarrestar la dynamis de la enfermedad.

El agua utilizada en los rituales de purificación era vista como portadora de la impureza morbosa, ya que absorbía la aflicción del enfermo. Algunas aguas de ríos o fuentes, debido a su historial de purificación, podían adquirir también propiedades milagrosas.

La creencia en el poder purificador y regenerador del agua, sus valencias catárticas y el conocimiento empírico de las propiedades de las aguas medicinales y termales, hizo de las ninfas, sobre todo en época tardía (cf., p.e., Iuturna; Serv., Ad Aen. XII 139), divinidades curadoras en estrecha relación con Asclepio. Las inscripciones de época romana en que aparecen con los nombres de medicae, salutiferae, salutares, paionides, etc., son innumerables. Efectivamente, Asclepio, sobre todo en el siglo II después C., parece haber sentido una especial predilección por todas las formas posibles de hidroterapia.

Gil, L. (2004). Therapeia. La medicina popular en el mundo clásico. Triacastela (p. 139).

Dinamismo y demonismo

La concepción de la enfermedad basada en la transmisibilidad de un poder o dynamis, en su variante sobrenatural, dio paso a un antropomorfismo progresivo. Este antropomorfismo se asociaba con ciertas enfermedades que podían ser percibidas como la posesión de una potencia sobrehumana. Específicamente, los accesos febriles, los trastornos mentales y la epilepsia se prestaban a ser interpretadas como un encuentro personal entre un agente sobrenatural y su víctima.

Los estremecimientos y escalofríos propios de la fiebre elevada, las contracciones bruscas, las repentinas caídas del epiléptico, semejan en su sintomatología externa a sacudidas o arremetidas de alguien que se arroja sobre el hombre, lo derriba con su impulso, lo mantiene asido entre sus manos, lo agita o lo retuerce. Los movimientos del epiléptico, el revolverse del febril, dijéranse esfuerzos angustiosos de una lucha cuerpo a cuerpo contra un rival más poderoso e invisible.

En los trastornos mentales, por otra parte, parece operarse una verdadera alloiosis, una alteración o alienación (allienato) de un individuo, cuyos modos habituales de producirse y expresarse se revelan tan cambiados, que semeja haber mediado en él una verdadera suplantación de su personalidad por la del otro ser distinto, desconocido e imprevisible en sus reacciones.

Todo ello se presta, como es lógico, a una interpretación popular de estos fenómenos sui generis.

Gil, L. (2004). Therapeia. La medicina popular en el mundo clásico. Triacastela (pp. 262-263).

En la época de Jesús, como evidencian los evangelios, tanto el dinamismo como el demonismo eran dos paradigmas presentes en el pensamiento hebreo respecto a la enfermedad. Los evangelistas pusieron empeño en separar, al relatar las obras de Jesús, las curaciones de enfermedades propiamente dichas de las expulsiones de auténticos demonios.

La influencia de la medicina griega sobre el pueblo hebreo

La medicina griega ejerció una influencia que trascendió las fronteras de su propia cultura, extendiendo sus raíces en direcciones inesperadas y conectando con otras tradiciones ancestrales. El pueblo hebreo, arraigado en su enfoque espiritual y su profundo vínculo con la divinidad, se contó entre los receptores de esta influencia transformadora.

Los hebreos, que basaban gran parte de sus creencias y prácticas en su relación con lo divino, se encontraron con las nociones de la medicina griega que exploraban las causas subyacentes de las enfermedades. Aunque en la tradición hebrea, las enfermedades a menudo se interpretaban como manifestaciones de la voluntad divina, la perspectiva griega introdujo el concepto de causas naturales y fuerzas subyacentes que podían influir en la salud humana. Esta convergencia de conceptos planteó un desafío y una oportunidad para que los hebreos reconsideraran su comprensión de la enfermedad y su relación con lo divino.

La medicina griega también dejó su huella en la forma en que los hebreos concebían a los sanadores y curadores. Aunque en la cultura hebrea los profetas y líderes espirituales ocupaban un lugar central en la curación, las influencias griegas contribuyeron a una apreciación más positiva de la figura del médico, como lo evidencia el Libro de la Sabiduría de Jesús Ben Sirá.

La amalgama de las perspectivas que consideran la enfermedad como una manifestación de la voluntad divina y el enfoque en tratamientos naturales se refleja en la descripción que Josefo (siglo I) ofrece sobre la enfermedad que causó la muerte de Herodes.

Y sufría convulsiones en todos los miembros, desarrollando una fuerza irresistible. Y, claro, los adivinos y aquéllos a quienes por su sabiduría incumbe interpretar estos hechos contaban que esta enfermedad era el pago que Dios exigía al rey por sus numerosos actos de impiedad. Y éste, a pesar de que sufría dolores mayores de lo que cualquiera podría resistir, alimentaba la esperanza de poder restablecerse, y, en consecuencia, hizo que vinieran médicos y no rehusó poner en práctica los remedios que le dictaminaron. Y, así, tras cruzar el río Jordán, tomó las aguas calientes de Calírroe, que además de ser beneficiosas para todo son aptas para el consumo humano.

Estas aguas desembocan en el lago de nombre Asfaltitis. Y como los médicos hubieran prescrito hacerlo entrar en calor allí, al tumbarse en una bañera llena de aceite les dio la impresión de que se les había ido.

Flavio Josefo. Antigüedades Judías, libro XVII, 168, pp. 1042-1043. Edición de José Vara Donado.

Las aguas curativas

La atribución de cualidades curativas a las aguas no era exclusiva del mundo griego, sino que estaba ampliamente arraigada en la antigüedad. Estas propiedades no siempre se atribuían a la intervención de algún poder divino, a veces se invocaban factores de naturaleza material. Las aguas termales de Calírroe, en las cuales Herodes se sumergió, gozaban de renombre por sus beneficios potenciales, quizás debido al efecto de la temperatura sobre la circulación sanguínea, al menos en el contexto médico de la época.

La relación del baño con la salud se manifestaba a varios niveles, que implicaban la calidad del agua y el propio acto de bañarse. En primer lugar, el baño en fuentes minerales y termales era muy apreciado por su valor terapéutico. Las personas que buscaban alivio para muchas dolencias visitaban las fuentes termales en todo el Imperio Romano, desde Italia y Europa Central hasta Asia Menor, Tiberíades en Galilea y Calírroe junto al Mar Muerto. En segundo lugar, había algunos lugares donde el agua era tibia o fría en lugar de caliente, y aun así se consideraba terapéutica. Se decía que bañarse en esos lugares era útil para los tendones, los pies, las heridas, las enfermedades de la piel y los problemas con los ojos, los oídos y la cabeza. Por su parte, bañarse en un baño ordinario se consideraba beneficioso para muchos problemas físicos. El baño no se consideraba curativo en sí mismo, pero se hacía junto con tratamientos que prestaban atención a la dieta, el ejercicio y los medicamentos.

Koester, C. R. (2019). The Healing at the Pool of Bethesda (John 5: 1-18): A Study in Light of the Archaeological Evidence from Bethesda, Jewish and Greco-Roman Practice, and the Johannine Narrative (pp. 252-253, traducción nuestra del inglés)

Al igual que los griegos, los israelitas también parecen haber sostenido creencias sobre la asociación de ciertas aguas con el poder divino. El evangelio de Juan (5: 2-5) presenta la historia de un paralítico que había estado enfermo durante treinta y ocho años y esperaba a la orilla de la piscina de Bethesda. Su esperanza era ser sumergido en las aguas cuando estas se agitasen en el momento preciso. Según la creencia popular, en ese momento un ángel enviado por el Señor descendía y el primer enfermo que se sumergiera experimentaba la curación deseada.

La piscina de Bethesda reunía a una «multitud de enfermos, ciegos, cojos, tullidos y paralíticos» (Jn 5:3). Fue allí donde Jesús afirmaría su autoridad sobre la enfermedad al sanar al hombre paralítico solo con su palabra, prescindiendo de las aguas curativas.

Jesús y los enfermos: una nueva concepción

Sus discípulos le preguntaron: «Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?»

Juan 9:2

Después de que el paralítico de Bethesda fuera sanado, se encontró nuevamente con Jesús en el Templo. En este encuentro, Jesús compartió una advertencia significativa: «Mira, has recobrado la salud; no peques más, para que no te suceda algo peor» (Juan 5:14).

Las palabras de Jesús están en sintonía con la creencia principal de los israelitas en relación a la enfermedad como una consecuencia del pecado. Esta perspectiva también es reflejada por el apóstol Pablo, quien en la Primera Epístola a los Corintios (1 Corintios 11:30) vincula la falta de discernimiento durante la Eucaristía con la presencia de enfermedades y debilidades entre los fieles de Corinto.

Los discípulos de Jesús estaban convencidos de que la enfermedad tenía su origen en el pecado del hombre. Por esto mismo, en relación a un ciego de nacimiento, le dirigen la pregunta: «¿Quién pecó, él o sus padres?». La respuesta de Jesús no solo amplía la comprensión, sino que también arroja luz sobre lo que los textos sagrados insinuaban. Jesús explica que no todas las enfermedades son resultado del pecado; algunas son oportunidades para que las obras de Dios se manifiesten (Juan 9:3).

Los evangelios muestran a Jesús manifestando las obras de Dios en distintos tipos de enfermedades, afrontando cada una de manera singular. Estas obras acompañan al anuncio del Reino.

Jesús y los enfermos que curó

Al atardecer, le trajeron muchos endemoniados; él, con sólo una palabra, expulsó a los espíritus. Curó también a todos los que se encontraban mal, para que se cumpliera lo dicho por el profeta Isaías:
Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades.

Mt 8: 16-17

Los evangelistas retratan a Jesús como un sanador al que las multitudes acudían en busca del alivio de sus padecimientos (Mc 1:32-34, 3:10-12, 6:55-56; Mt 4:24, 8:16-17, 14:35-36, 15:30-31, 21:14; Lc 4:40-41, 6:17-19, 8:1-3). La dinámica de la relación entre Jesús y los enfermos que buscaban su ayuda se enmarca en lo que los tres evangelistas describen como θεραπεία (therapía). Este tipo de relación involucraba servicio, atención, cuidado, reparación, tratamiento o cura. En el caso de Jesús, se destaca que los enfermos volvían a estar saludables, liberados de su mal.

La sanación que Jesús brindaba no se limitaba únicamente al cuerpo, ya que a nivel espiritual, muchos de los sanados se convertían en sus discípulos. Lucas resalta la compañía de las mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y dolencias: «María, la que era llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, y Juana, mujer de Cuza intendente de Herodes y Susana y muchas otras» (Lc 8:2-3).

Jesús y los enfermos por demonismo

Los evangelios muestran a Jesús reprendiendo con autoridad a los espíritus que habían tomado posesión de algunas personas. Ante la reprensión, los espíritus abandonan al poseso, no sin antes dirigir algún mensaje hacia Jesús (Mc 1:21-28, 5:1-20; Lc 4:31-37, 8:26-29). Este mensaje no se menciona cuando la expulsión o exorcismo se produce a distancia, como en el caso de la hija de la mujer sirofenicia (Mt 15:21-28; Mc 7:24-30).

Se nombran tres casos en que los posesos manifiestan únicamente signos que pueden considerarse indicativos de enfermedad. En estos casos, tampoco existe un mensaje dirigido hacia Jesús o se dice que el espíritu es mudo.

  • El endemoniado mudo (Mt 9:32-34): El evangelista relata que le llevaron un hombre mudo endemoniado ante Jesús y que el hombre recuperó el habla luego de que Jesús expulsara su demonio.
  • El endemoniado ciego y mudo (Mt 12:22): El evangelista narra cómo llevaron un endemoniado ciego y mudo a Jesús y cómo el hombre recuperó el habla gracias a que Jesús lo curó (ἐθεράπευσεν αὐτόν).
  • Curación de un niño afectado por la luna (Mt 17:14-21; Mc 9:14-29; Lc 9:37-43): El evangelista Mateo relata cómo llevaron a Jesús a un niño afectado por la luna (σεληνιάζομαι / seleniazomai), con síntomas similares a lo que hoy llamaríamos epilepsia. En la Antigüedad, se consideraba que el ataque epiléptico tenía alguna relación con las fases lunares. De allí que se asociara su sintomatología con Selene, nombre que recibía la luna para los griegos. Con una caracterización levemente diferente, Marcos y Lucas prefieren hablar de posesión por un espíritu mudo (Mc 9:17) e inmundo (Lc 9:42; Mc 9:20), tal vez por el impulso que llevaba al muchacho a arrojarse al fuego y al agua. Jesús cura (Mt 17:18) o sana (Lc 9:42) al poseso mediante una reprensión al espíritu inmundo (Lc 9:42; Mc 9:20).

En general, la imagen que presentan los evangelistas acerca de Jesús y los enfermos poseídos se resume en su autoridad: Él tiene la facultad de expulsar a los demonios y restablecer la salud del enfermo.

Jesús y los enfermos con parálisis

Dentro de los evangelios, la categoría de los enfermos con parálisis engloba una variedad de afecciones diversas: paralíticos postrados (Mt 8:5-13; 9:1-8; Mc 2:1-12; Lc 5:17-26, 7:1-10), un hombre con una mano seca (Mt 12:9-13; Mc 3:1-6; Lc 6:6-11), una mujer encorvada (Lc 13:10-17) y un hombre con graves dificultades para moverse (Jn 5:1-18).

La mayoría de los encuentros entre Jesús y los enfermos con parálisis, según relatan los evangelistas, tuvieron lugar durante el Shabat. En general, Jesús utilizó estas sanaciones como testimonio de su autoridad:

  • «Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados -dice al paralítico-: ‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’ (Mc 2:10-11).
  • «Dijo al hombre que tenía la mano seca: ‘Levántate y ponte ahí en medio’. Luego les preguntó: ‘¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?’. Pero ellos callaban. Entonces, mirándolos con ira, apenado por su cerrazón de mente, dijo al hombre: ‘Extiende la mano’. Él extendió su mano y quedó restablecida». (Mc 3:3-5).
  • «El Señor le replicó: ‘¡Ustedes son unos falsos! ¿Acaso no desatan del pesebre a su buey o a su burro en día sábado para llevarlo a la fuente? Esta es hija de Abraham, y Satanás la mantenía atada desde hace dieciocho años; ¿no se la debía desatar precisamente en día sábado?'» (Lc 13:15-16).
  • «Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía estas cosas en sábado. Pero Jesús les replicó: ‘Mi Padre sigue trabajando, y yo también trabajo'» (Jn 5:16-17).

Jesús y los enfermos de ceguera

Entonces dijo Jesús:
«Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos».
Algunos fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: «¿Es que también nosotros somos ciegos?».
Jesús les respondió:
«Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero, como decís que veis, vuestro pecado siguen con vosotros».

Jn 9:39-41

La historia de sanación del ciego de nacimiento (Jn 9:1-41) sirve al evangelista Juan para introducir un aspecto fundamental del ministerio de Jesús: él es quien abre la vista a los ciegos, él es la Luz del Altísimo que trae la salvación al mundo.

Dentro de los evangelios, la curación de la vista adquiere un significado más profundo: la sanación de la relación con Dios. Cuando el ciego Bartimeo se dirige a Jesús, la expresión registrada por Marcos es: «ῥαββουνί, ἵνα ἀναβλέψω» (rhabbouní, hína anablépso: Rabboni, que yo vuelva a ver / vea hacia arriba). El prefijo ἀνα (ana-) connota tanto «de nuevo» como «hacia arriba». En Marcos 7:34, se menciona que Jesús realizó una cura mirando hacia arriba (ἀναβλέψας). Dentro de este contexto, la petición de Bartimeo no se limita a la recuperación física de la vista, sino que busca una perspectiva más profunda, una visión guiada por la fe.

En el evangelio de Mateo, el pedido de los ciegos se formula como un grito de misericordia: «Señor, que sean abiertos nuestros ojos» (v. 20:33). La pregunta que Jesús les dirige es: «¿Creéis que puedo hacer esto?» (v. 9:28). La relación entre Jesús y los enfermos de ceguera invita a una sanación en la visión espiritual, una iluminación de los ojos de la fe.

Jesús y los enfermos de lepra

Los relatos que involucran a Jesús y los enfermos de lepra son escasos, aunque significativos. Los enfermos, plagados por la lepra, acuden a Jesús con una súplica de misericordia. A través de su fe en él, confían en su capacidad para sanarlos.

La desesperación que acompañaba a los leprosos en la antigua Israel era abrumadora, ya que esta enfermedad los aislaba de la sociedad, impidiéndoles participar en cualquier actividad común. Ser un leproso era sinónimo de impureza, y se creía que esta aflicción era un castigo divino por sus pecados.

Los sacerdotes tenían la responsabilidad de examinar a quienes posiblemente padecieran lepra, con el fin de determinar su aislamiento (Lev 13:2-3). Por esta razón, Jesús mandó a los diez leprosos de la historia de Lucas (vv. 17:11-19) a a presentarse ante los sacerdotes para recibir la certificación de su purificación. El relato lucano narra que solamente uno de ellos regresó para expresar gratitud y glorificar a Dios, y ese individuo era un samaritano.

La actitud del leproso agradecido contrasta con la falta de agradecimiento de aquellos que, al recibir la misericordia divina, pronto olvidan su sufrimiento. Su humildad al postrarse en tierra (Lc 17:16) recuerda a la actitud del leproso en Galilea que, lleno de fe, se acercó al Señor y le dijo «si quieres, puedes limpiarme» (Mc 1:40).

Es posible plantear que los relatos de sanación de los leprosos se entrelazan con conceptos de humildad y fe, obediencia y misericordia. Estos relatos resaltan cómo la confianza en Jesús, combinada con una actitud humilde y agradecida, permite que las personas experimenten la curación y la restauración, no solo físicamente sino también espiritualmente.

Jesús y los enfermos de mudez

En relación a los enfermos por demonismo, se mencionaron dos casos de mudez, uno de ellos acompañado también de ceguera. La particularidad de estos casos está en que los evangelistas los presentan como consecuencia de una posesión demoníaca.

El evangelio de Marcos presenta un caso de curación de un sordomudo que parece no estar relacionado con la intervención de un demonio, sino con una discapacidad similar a la del ciego de nacimiento, cuyo fin era manifestar las obras de Dios (Jn 9:3).

La gente de la Decápolis se acerca a Jesús para suplicarle que impusiera su mano sobre un hombre sordo e impedido de habla (Mc 7:31-37). Jesús no impone las manos, sino que realiza un procedimiento poco usual. Mete los dedos en las orejas del sordo, escupe y toca su lengua, mira hacia el cielo y le dice «Effatá», una palabra aramea que significa «ábrete».

Ante la sanación del sordomudo, la gente se maravillaba y exclamaba «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos» (Mc 7:37), lo que evoca las palabras del profeta Isaías: «Entonces se abrirán los ojos del ciego, las orejas de los sordos se destaparán. Entonces saltará el cojo como ciervo, la lengua del mudo gritará de júbilo» (Is 35:5-6).

Jesús y los enfermos de otras dolencias

Los evangelios relatan que Jesús curó a muchos otros enfermos, de los que no se desarrolla la historia: endemoniados, lunáticos, paralíticos, cojos, ciegos, mudos, mancos. En todas partes «colocaban a los enfermos en las plazas y le pedían que les dejara tocar siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaron curados» (Mc 6:56).

La historia de la hemorroísa, registrada en los tres evangelios sinópticos (Mc 5:25-34; Mt 9:20-22; Lc 8:41-48), es representativa de las situaciones que debía afrontar Jesús en pueblos y aldeas a medida que sus sanaciones se iban conociendo entre la gente.

Esta mujer, quien había buscado en vano la cura de su flujo de sangre a través de varios médicos, se acerca desesperada al paso de Jesús. Consciente de no querer incomodar al Maestro o hacerlo ritualmente impuro, solo busca tocar los flecos de su manto. Esos flecos eran probablemente los tzitzit, que en las vestiduras hebreas de la época representaban el nombre de Dios, sus mandamientos y sus bendiciones. Este acto de fe tiene como resultado su curación.

Los evangelios también hacen referencia a curaciones de hidropesía (Lc 14:1-6), moribundos (Jn 4:46-54), heridas (Lc 22:50-51) y fiebre (Mc 5:25-34; Mt 9:20-22; Lc 8:41-48).

La historia de curación de la suegra de Pedro, afligida de una gran fiebre, presenta cierta imprecisión con respecto al accionar sanador de Jesús. Según Marcos y Mateo, la curación habría procedido mediante contacto (Mc 1:31; Mt 8:15). Según Lucas, habría sido acompañada de una reprensión a la fiebre (Lc 4:39). Dada la tendencia de los antiguos a considerar la fiebre como posesión demoníaca, es necesario aclarar qué valor tenía la reprensión dentro de los procedimientos curativos de Jesús.

Los procedimientos de curación de Jesús

En los relatos evangélicos, se evidencia que Jesús no sigue siempre el mismo procedimiento para sanar a los enfermos. Para abordar la posesión demoníaca, la reprensión parece estar asociada a la realización de un exorcismo. Con respecto a las enfermedades naturales, se observa la aplicación de otros métodos, algunos en consonancia con la medicina popular de su tiempo. A continuación, se examinan brevemente los procedimientos curativos registrados por los evangelistas.

  • Imposición de manos: Jesús parece haber sido conocido por imponer las manos a sus enfermos. En la Decápolis, la gente le pidió que impusiera sus manos sobre el sordomudo (Mc 7:32). Lucas menciona que el imponía las manos sobre cada uno de los enfermos que le llevaban (Lc 4:40). En ocasiones, este gesto iba acompañado de otros procedimientos. Por ejemplo, en el caso del ciego de Betsaida, la imposición de manos coincidió con la aplicación de saliva en los ojos (Mc 8:22).
  • Curación por fe: En ciertos casos, como el del hijo moribundo de un funcionario real (Jn 4:46-54) o el criado del centurión (Mt 8:5-13; Lc 7:1-10), la curación se produce a causa de la fe manifestada por los solicitantes. Este tipo de curación se observa en el caso de los diez leprosos (Lc 17:11-19), quienes se curan en camino a ser examinados por los sacerdotes. En ellos, la sanación se produce por la sola autoridad de Jesús, quien dice a los enfermos que previamente mostraron su fe: «Ve, tal como creíste, te sea hecho» (Mt 8:13).
  • Curación por orden directa: Este tipo de curación es usado preferentemente por Jesús para expulsar a los demonios, pero también lo observamos en otras curaciones. Por ejemplo, son sanados por orden directa el paralítico de Cafarnaúm (Mc 2:1-12; Mt 9:1-8; Lc 5:17-26), el hombre de la mano seca (Mc 3:1-6; Mt 12:9-14; Lc 6:6-11), el paralítico de Bethesda (Jn 5:1-18) y, según Lucas, la suegra de Pedro (Lc 4:38-39). La reprensión no necesariamente indica que Jesús realizara un exorcismo en estas personas. Pasajes como el de Jesús calmado la tempestad (Mc 4:35-41; Mt 8:23-27; Lc 8:22-25) indican que la reprensión refleja la autoridad de Jesús sobre la Creación, ya que reprende al viento y a la lluvia para que cesen y estos elementos naturales lo obedecen.
  • Contacto físico: Los procedimientos de contacto físico ocupan un lugar destacado en los evangelios. Los ciegos del evangelio de Mateo recuperan su vista al tocarle Jesús los ojos (Mt 9:29 y 20:34). El leproso en Galilea es curado por contacto (Mc 1:41; Mt 8:3; Lc 5:13), al igual que el enfermo de hidropesía (Lc 14:4), el soldado con la oreja cortada (Lc 22:51) y, según Marcos y Mateo, la suegra de Pedro (Mc 1:31; Mt 8:15). Un lugar especial entre las curaciones por contacto ocupan las curaciones con saliva y las curaciones por contacto pasivo.

Curaciones con saliva

En la Antigüedad, la saliva estaba impregnada de un profundo simbolismo. Los médicos alababan sus supuestas propiedades curativas mientras advertían sobre su potencial venenoso. Para el pueblo, la saliva era parte de rituales destinados a protegerse de males y se utilizaba en ciertos conjuros.

Entre los hebreos, la saliva se consideraba un fármaco curativo, útil para tratar heridas o enfermedades de los ojos, especialmente si se trataba de la saliva de un primogénito (Babba bathra 126:6). Jesús, al utilizar la saliva, especialmente mezclada con tierra, evoca todas estas representaciones curativas en los destinatarios de su acción. Como primogénito de la línea de David, él representaba la fuente de curación.

En un análisis de José Antonio Artes Hernandez sobre el uso de la saliva en el Nuevo Testamento y sus antecedentes grecolatinos, se destaca el alto valor simbólico del barro en relación con su evocación de la creación del hombre (Gn 2:7; Job 10:9; Is 64:8).

Se pensaba que la saliva, como uno de los destilados del ser humano, podía transmitir la fuerza o energía vital propias del individuo, pues se consideraba que cualquier secreción del cuerpo podía retener una parte de la personalidad del individuo. Jesús está procediendo a crear un hombre nuevo (simbolismo del día sexto), compuesto de un elemento preexistente, la tierra, que representa la carne, y otro personal, la saliva, que asume el puesto del agua necesaria para hacer el barro, resultado de la mezcla de ambos elementos, y que encarna el Espíritu de Cristo.

Es destacable que Juan use dos verbos diferentes para indica la aplicación del barro en los ojos del ciego, ἐπιχρίω (9,6.11), untar, ungir, y, más adelante, ἐπιτίθημι (9,15), sencillamente aplicar, de los que el primero nos remite al «Mesías» o «Ungido» (1,41; 4,25): lo que Jesús pone ante los ojos del ciego es mucho más que simple barro, saliva y tierra, es el proyecto de Dios realizado, cuyo modelo es Jesús mismo.

Hernández, J. A. A. (2006). El uso de la saliva en el nuevo testamento (Mc 7, 32-37, 8, 22b-26 y jn 9, 1-12): antecedentes grecolatinos. Myrtia21, 155-182. (p. 176)

La dynamis del Mesías

Los tres evangelistas resaltan que la mujer con hemorragia halló su curación al tocar los flecos del manto de Jesús, sin haber hecho ninguna petición previa. Según Marcos y Lucas, Jesús se percató de la sanación posteriormente, al percibir que un poder divino (dynamis) había emanado de él (Mc 5:30; Lc 8:46).

Esta curación por contacto, a diferencia de otras, atribuye el principio eficaz de la cura al poder divino que emana de Jesús de forma pasiva. El Mesías se concibe como ser dinamóforo capaz de obrar los milagros curativos de la divinidad. La fe se presenta como la condición necesaria para recibir la curación: «Hija, tu fe te ha salvado; ve en paz» (Lc 8:48). Una concepción similar sobre Jesús como transmisor de la dynamis divina podría estar en la base de los relatos de las curaciones por saliva. Como señala Hernández, se creía que la saliva tenía la capacidad de transmitir la fuerza vital del individuo.

En términos generales, los actos de sanación realizados por Jesús reflejan su autoridad y poder como Mesías sobre la naturaleza y los espíritus. El Mesías transmite esa misma autoridad y poder a sus discípulos al encomendarles la tarea de sanar a los enfermos.

La unción de los enfermos

En verdad, en verdad os digo que el que crea en mí hará también las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre.

Jn 14:12

El evangelista Lucas escribe que Jesús, luego de reunir a sus doce discípulos, les dio poder y autoridad sobre todos los demonios y enfermedades (Lc 9:1). Hechos de los Apóstoles ilustra cómo, en el nombre de Jesús, los apóstoles curaban muchas dolencias (Hch 3:1-10, 9:32-35, 14:8-10, 28:7-9), realizaban muchos signos y prodigios (vv. 5:12, 8:6, 9:36-42, 20:7-12) e imponían las manos para transmitir el Espíritu (v. 8:18).

El poder que Jesús transmitió a los discípulos era tan grande que Lucas relata que las sanaciones ocurrían simplemente al aplicar a los enfermos pañuelos o mantos que habían sido usados por Pablo para obtener la curación. La gente llegaba «al punto de sacar los enfermos a las plazas y colocarlos en lechos y camillas, para que, al pasar Pedro, siquiera su sombra cubriese a alguno de ellos» (Hch 5:15).

Junto a estas curaciones, señales del poder divino del Espíritu obrando en la comunidad de creyentes, la Iglesia primitiva estableció formalmente el sacramento de la Unción de los Enfermos. Este sacramento se basa en el mandato de Jesús a sus apóstoles para sanar a los enfermos mediante la unción con aceite (Mc 6:13).

La Iglesia primitiva dispuso que este sacramento fuera administrado por los presbíteros, acompañado de oraciones, preferiblemente en comunidad, y acompañado del arrepentimiento y confesión de los pecados, según lo especificado en la carta de Santiago.

¿Está enfermo alguno entre vosotros? Que llame a los presbíteros de la Iglesia, para que oren por él y le unjan con óleo en el nombre del Señor. La oración hecha con fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se levante; y, si hubiera cometido pecados, le serán perdonados. Confesaos, pues, mutuamente vuestros pecados y orad los unos por los otros, para que seáis curados.

Santiago 5:14-16

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