El Mesías de Israel

¿Qué era el Mesías de Israel para los judíos?


La imagen del Mesías de Israel se construyó sobre una larga tradición de reyes y sacerdotes ungidos. Sobre el final del siglo I a.C., diversos grupos judíos esperaban la llegada de un salvador que habría de restaurar la gloria de Israel. Aunque todos compartían ideas mesiánicas similares, podían encontrarse ciertas variaciones en la concepción y expectativas sobre el enviado de Dios. En esta publicación, recorreremos el desarrollo de la figura del Mesías en los distintos tiempos y grupos del judaísmo.

Los mesías de Israel antes del exilio

La palabra hebrea מָשִׁיחַ (Mashíaj) significa Ungido. El término fue tradicionalmente aplicado a reyes (1 Sam 2:10.35, 12:3.5, 24:6.10 y26:9.11.16.23; 2 Sam 1:14.16 y 5:3) y sumos sacerdotes (Lv 4:3.5.16; Ex 28:41, 30:30 y 40:15; Nm 3:3 y 35:25) en los tiempos del Antiguo Testamento, ya que la Unción daba inicio al oficio sagrado.

Saúl, el primer rey de Israel, fue ungido por Samuel, profeta y último gobernante del periodo de los jueces. Samuel creó la monarquía a pedido del pueblo que pensaba que un rey fuerte los ayudaría a protegerse y a enfrentar a los filisteos y amalequitas. Samuel también ungió a David, hasta entonces pastor en Belén, quien fue elegido como reemplazo de Saúl por pedido de Yahvé (1 Sam 16:1).

David adoptó una política expansionista, arrebató la ciudad de Jerusalén a los jebuseos y organizó varios territorios tomados a otros pueblos bajo un reino unificado. A David sucedió su hijo Salomón. Luego de la muerte de Salomón, una guerra civil dividió el reino de Israel entre el norte y el sur. La Casa de David gobernó sobre el reino del sur, el reino de Judá, hasta la llegada del rey babilónico Nabucodonosor, que condenó al pueblo israelita al exilio.

El exilio en Babilonia significó el final de la era del Primer Templo y del gobierno de la dinastía de David sobre Israel. Durante 7 décadas, los israelitas desterrados mantuvieron la esperanza de regresar y rogaron a Dios por la restauración gloriosa de Israel. En este tiempo, es posible que la idea del Mesías comenzara a relacionarse con un antiguo oráculo atribuido a Jacob.

Cachorro de león, Judá; de la caza, hijo mío, vuelves; se agacha, se echa cual león o cual leona, ¿quién le va a desafiar?

No se irá cetro de mano de Judá, bastón de mando de entre sus piernas, hasta que venga el que le pertenece, y al que harán homenaje los pueblos. El que ata a la vid su borrico y a la cepa el pollino de su asna; el que lava en vino su túnica y en sangre de uvas su sayo; el de ojos rubicundos por el vino, y blanquean sus dientes más que leche.

Gn 49:9-12

El oráculo de Jacob es muy cercano al oráculo de Balaam sobre Israel, según el cual una estrella saldría de Jacob para gobernar sobre Israel y sus enemigos (Nm 24:17).

El Mesías de Israel después del exilio

En el año 539 a.C., Ciro conquistó Babilonia. Casi un año después, dio a los judíos la posibilidad de volver a su tierra natal, lo que le valió el título de Mesías (Is 45:1). Sin embargo, el territorio de Israel -provincia de Yehud bajo el Imperio babilónico- no recuperó su soberanía. Yehud se incorporó como provincia de Yehud Medinata al Imperio persa.

Durante el periodo persa, Nehemías fue nombrado gobernador de la provincia de Yehud Medinata. En su gobierno, Persia asignó los recursos suficientes para comenzar la construcción del Segundo Templo y reconstruir las murallas de la ciudad. Aunque esto significó un gran símbolo de restauración para Israel, la soberanía no fue recuperada.

En el año 331 a.C., Alejandro Magno conquistó el Imperio persa y el territorio de Israel pasó a estar bajo control griego. Al morir Alejandro, fue objeto de disputa entre las dinastías ptolemaica y seléucida.

Los siglos de constante dominio extranjero no hicieron más que aumentar las esperanzas de liberación del pueblo judío. En este contexto, la idea de un Mesías que vendría a restaurar la gloria perdida de Israel comenzó a tomar cada vez mayor fuerza.

La profanación del Templo

El rey seléucida Antíoco IV Epífanes, que gobernó sobre Siria entre los años 175 a.C. y 164 a.C., fue particularmente agresivo con los judíos y su Templo. Implementó fuertes políticas de helenización de la cultura judía que terminarían provocando la sublevación del pueblo.

Poco tiempo después, el rey envió a un consejero ateniense para que obligara a los judíos a abandonar las costumbres de sus padres y a no vivir conforme a las leyes de Dios; a profanar el Templo de Jerusalén, dedicándolo a Júpiter [Zeus] Olímpico, y a dedicar el del monte Garizím a Júpiter Hospitalario, conforme a la idiosincrasia de los habitantes de aquel lugar.

2 Macabeos 6: 1-2

Antíoco IV no sólo profanó el Templo de Jerusalén, sino que también depuso al legítimo Sumo Sacerdote, descendiente de Aarón a través de Sadoc, el Sumo Sacerdote que sirvió junto a David y Salomón. El rey depuso a Onías I y privó a su legítimo sucesor, Onías II, de la posibilidad de ocupar el cargo, lo que significó el final de la legítima sucesión sadoquita o saducea.

En el 175 a.C., Antíoco IV nombró al hermano de Onías I, Jesús, como Sumo Sacerdote. Éste había cambiado su nombre a Jasón, ya que era un defensor de la helenización de la cultura judía. A pesar de ser también un sadoquita, Jasón no era un legítimo sucesor, por lo que el pueblo estaba disconforme con su nombramiento. La situación empeoró tres años después cuando el rey destituyó a Jasón y lo reemplazó por Menelao, un no sadoquita.

Menelao ordenó el asesinato de Onías II, el legítimo sucesor. Su hijo, Onías III, se sublevó en armas y logró tomar Jerusalén en el año 170 a.C., pero no pudo resistir al ejército de Antíoco y, un año más tarde, buscó refugio en la comunidad judía de Egipto, que lo consideraba legítimo Sumo Sacerdote. Con el permiso real de Ptolomeo VI Filométor y su esposa Cleopatra II, construyó el Templo de Leontópolis.

Mientras tanto, en el territorio de Israel, la sublevación de los Macabeos se había puesto en marcha. La posibilidad de la restauración monárquica estuvo al alcance de la mano por primera vez en siglos.

Los Macabeos: una liberación sin Mesías

Los hermanos Macabeos, hijos del sacerdote no sadoquita Matatías, lideraron a los israelitas en una guerra exitosa contra la dinastía seléucida. Sin embargo, la recuperación de la soberanía de Israel no fue acompañada por la restauración del trono de David. En su lugar, los Macabeos fundaron una nueva dinastía: los asmoneos.

Los Macabeos destruyeron la estatua y el altar dedicados a Zeus en el Templo de Jerusalén y volvieron a dedicarlo a Dios, lo que comenzó a recordarse todos los 25 de Kislev como la fiesta de la rededicación o Janucá. Sin embargo, no obtuvieron el control completo sobre la sucesión sacerdotal y negociaron con el nuevo rey de Siria la creación de un linaje asmoneo de sumos sacerdotes.

La entrega del sumo sacerdocio a los asmoneos estaba justificada, en parte, por el establecimiento del linaje legítimo de Sadoc en el Templo de Leontópolis, no reconocido por Jerusalén.

Las medidas adoptadas por los asmoneos generaron desconfianza y oposición del pueblo. Un grupo de judíos, los asideos, se erigió como defensor de la Ley de Moisés frente a la creciente helenización de la cultura judía. De este grupo nacerían los esenios y los fariseos. Algunos de los descendientes de Sadoc, liderados por el Maestro de Justicia, huyeron al desierto y fundaron la comunidad que hoy se conoce como Qumran.

Durante el reinado asmoneo, los grupos disidentes comenzaron a alimentar nuevamente la esperanza del Mesías. Hacia el reinado de Herodes el Grande, existían diferentes concepciones sobre el restaurador de Israel, algunas centradas en lo político y otras en lo religioso.

El Mesías de Israel en la era romana

En el año 67 a.C., la dinastía asmonea se vio envuelta en un enfrentamiento real a causa del creciente poder otorgado por la reina Salomé Alejandra al partido fariseo. Su hijo Aristóbulo II decidió emprender un golpe de Estado contra su madre, quien murió poco tiempo después de una grave enfermedad.

Poco antes de morir, Salomé nombró como heredero del trono a su otro hijo, Hircano II, desatando un feroz enfrentamiento entre los dos hermanos. Roma, que era hasta entonces aliada del reino de Judea, envió al general Pompeyo a mediar en el conflicto.

En septiembre del 63 a.C., tras mediaciones infructuosas y debido a la continuidad de los enfrentamientos, Pompeyo restauró a Hircano II en el cargo de Rey y Sacerdote y convirtió a Judea en un protectorado romano.

La paz del reinado de Hircano II duró poco tiempo, ya que Aristóbulo II emprendió nuevamente la toma del poder en el año 56 a.C. El procónsul romano de Siria, Aulo Gabinio, intervino a favor de Hircano II, pero a costa de quitarle todo el poder político y nombrar como jefe real del gobierno a Antípatro I de Idumea, un aliado de Roma.

La llegada de Herodes el Grande

Antípatro fue leal a Hircano II, motivo por el cual el rey le otorgó a su hijo Herodes el cargo de gobernador de Galilea en el año 47 a.C., cuando éste tenía unos 25 años de edad. También otorgó a Fasael, hermano mayor de Herodes, el cargo de gobernador de Jerusalén.

En el año 40/39 a.C., los persas invadieron el territorio de Siria y apoyaron a Antígono Matatías, el segundo hijo de Aristóbulo II, para dar un golpe de Estado contra Hircano II. El rey fue depuesto y Fasael asesinado. Herodes, fiel al rey, viajó a Roma para solicitar su reinstauración.

Al llegar a Roma, Herodes no logró convencer al Senado de prestar ayuda a Hircano II. En cambio, los romanos lo nombraron rey de Judea, durante el consulado de Marcio y Sabino, es decir, en el año 39 a. C. (Dion Casio. Historia Romana XLVIII. 34; Apiano. Historia Romana III.V.75). Herodes sólo pudo hacer efectivo su acceso al trono 3 años después, luego de derrotar a Antígono Matatías, posiblemente en septiembre del 36 a.C. Como rey, Herodes se aseguró de eliminar a todos los descendientes asmoneos que pudieran aspirar al trono.

Es posible que la llegada de un rey extranjero, un idumeo, al trono de Judea haya tenido un efecto muy grande sobre el desarrollo de las expectativas mesiánicas. El Libro de los Salmos de Salomón, un escrito pseudoepigráfico de la época, muestra una imagen de un Mesías davídico que llegaría para restaurar todas las cosas.

Purifique Dios a Israel para el día de la misericordia y la bendición, para el día de la elección, cuando suscite a su Ungido.
Felices los que nazcan en aquellos días, para contemplar los bienes que el Señor procurará a la generación futura,
bajo la férula correctora del Ungido del Señor, en la fidelidad a su Dios; con la sabiduría, la justicia y la fuerza del Espíritu,
para dirigir al hombre hacia obras justas en la fidelidad a su Dios, para ponerlos a todos en presencia del Señor,
como una generación santa que vive en la fidelidad a su Dios en momentos de misericordia.

SalSol 18: 5-9

El mismo libro parece presentar a Herodes como un castigo de Dios sobre la dinastía asmonea por haber cambiado el trono de David.

Tú, Señor, escogiste a David como rey sobre Israel; Tú le hiciste juramento sobre su posteridad, de que nunca dejaría de existir ante Ti su casa real.
Por nuestras transgresiones se alzaron contra nosotros los pecadores; aquellos a quienes nada prometiste nos asaltaron y expulsaron, nos despojaron por la fuerza y no glorificaron tu honroso Nombre.
Dispusieron su casa real con fausto cual corresponde a su excelencia, dejaron desierto el trono de David con la soberbia de cambiarlo.
Pero Tú, oh Dios, los derribas y borras su posteridad de la tierra, suscitando contra ellos un extraño a nuestra raza.
Según sus pecados los retribuyes, oh Dios, se encuentran con lo que sus obras merecen.
Dios no se apiadó de ellos; buscó su descendencia y no dejó ni uno solo.

SalSol 17: 4-9

La esperanza mesiánica

En los años previos al nacimiento de Jesús, varios grupos judíos se dedicaron a una revisión exhaustiva de las escrituras para encontrar anuncios proféticos de la llegada del Mesías. El conjunto de profecías mesiánicas seleccionadas podía variar de un grupo a otro, pero en general todos estaban de acuerdo en que el Ungido de Dios había sido anunciado por los profetas.

El Salmo 17 del ya nombrado libro de Salomón, en el que se ruega la intervención de Dios, refleja lo que se esperaba de su enviado antes de la era cristiana.

Míralo, Señor, y suscítales un rey, un hijo de David, en el momento que tú elijas, oh Dios, para que reine en Israel tu siervo.
Rodéale de fuerza, para quebrantar a los príncipes injustos, para purificar a Jerusalén de los gentiles que la pisotean, destruyéndola,
para expulsar con tu justa sabiduría a los pecadores de tu heredad, para quebrar el orgullo del pecador como vaso de alfarero,
para machacar con vara de hierro todo su ser, para aniquilar a las naciones impías con la palabra de su boca,
para que ante su amenaza huyan los gentiles de su presencia y para dejar convictos a los pecadores con el testimonio de sus corazones.

SalSol 17: 21-25

El Salmo continúa imaginando al Mesías como un rey que gobernará a las tribus de Israel con justicia, que no tolerará la maldad y juzgará a todos los pueblos con justa sabiduría (17: 16-29). Él será justo también con los pueblos gentiles, a quienes privará de su fuerza y obligará a servirlo (17: 30-32).

El autor del Salmo imagina al Ungido como un rey fuerte, sabio y lleno del Espíritu Santo (17:37), pero a la vez pacífico. Según se lee, «no confiará en caballos, jinetes ni arcos» (17:33) y «golpeará la tierra continuamente con la palabra de su boca, pero bendecirá al pueblo del Señor con sabiduría y gozo» (17:35). Este rey «estará libre de pecado para gobernar a un gran pueblo, para dejar convictos a los príncipes y eliminar a los pecadores con la fuerza de su palabra» (17:36).

El autor cierra el Salmo con una referencia a la rectitud del Mesías esperado, del que dice que formará un pueblo santificado en el que congregará a las tribus de Israel.

Conducirá a todos en la rectitud, y no habrá en ellos orgullo para oprimir a los demás.
Tal es la majestad del Rey de Israel, la que dispuso Dios suscitar sobre la casa de Israel para corregirla.
Sus palabras son más acrisoladas que el oro apreciadísimo; en las asambleas juzgará las tribus del pueblo santificado; sus palabras son como palabras de santos en un pueblo santificado.
Felices los que nazcan en aquellos días, para contemplar la felicidad de Israel cuando Dios congregue sus tribus.
Apresure Dios sobre Israel su misericordia, líbrenos de la inmundicia de enemigos impuros.
El Señor es nuestro Rey para siempre jamás.

SalSol 17:41-46

Los dos Mesías de Qumran

Geza Vermes afirma que la base de las enseñanzas mesiánicas de la Comunidad de Qumran se conforma de cinco citas que se pueden ordenar en cuatro grupos.

El primer grupo combina Deuteronomio 5: 28-29 con Deu. 18: 18-19 («Yo haré surgir de entre los suyos un profeta como tú», etc.). El segundo transcribe parte del oráculo de Balam de Números 24: 5-17 (que incluye «Álzase de Jacob una estrella, surge de Israel un cetro», etc.). El tercero repite la bendición de Moisés a los levitas e, implícitamente, la del Mesías Sacerdote de Deuteronomio 33:8-1 («Bendice su poder, Oh Señor, y deléitate en el trabajo de sus manos», etc.). El cuarto grupo empieza con Josué 6:26, luego explica este texto con la ayuda de los Salmos de Josué de la secta, que se consideran aplicables a los principales adversarios de la Comunidad.

Vermes, G. (1987). Los manuscritos del Mar Muerto: Qumran a distancia, p. 85. Muchnik.

La secta de Qumran, compuesta probablemente por esenios, creía en un enfrentamiento final entre los hijos de la Luz y los hijos de las Tinieblas.

Los hijos de la Luz, probablemente los esenios más algunos judíos justos, serían guiados por el «Príncipe de la Congregación», también llamado «el Cetro», «la Rama de David», el «mesías de Israel».

A la par del Mesías davídico, aparece una figura mesiánica sacerdotal, que es llamada «Mesías de Aarón», «Sacerdote», «Intérprete de la Ley». Esta figura es interpretada generalmente como un segundo Mesías, superior al primero.

El rey mesías debía acatar sus órdenes, y la autoridad sacerdotal en general, en todas las cuestiones legales: «Como ellos le enseñen, así él juzgará» (4QpIsa 8-10:23-DSSE 227). El «Mesías de Aarón» debía ser el Maestro Final, «el que enseñará rectitud en la consumación de los tiempos» (CD 6:11-DSSE 103). Pero además debía presidir la liturgia del combate (1QM 15-4; 16:13; 18:5-DSSE 143-7) y el banquete escatológico (1QSa 2-12-21-DSSE 121).

Vermes, G., Muchnik, N., & Flórez, J. M. Á. (1987). Los manuscritos del Mar Muerto: Qumran a distancia, p. 188. Muchnik.

En la Regla de la Comunidad aparece una tercera figura, llamada «el Profeta», que acompañaría la llegada de los dos mesías.

La relación entre los Mesías

A pesar de que el consenso académico mayoritario interpreta que la creencia de los qumranitas se refiere a un Mesías davídico sometido a un Mesías sacerdotal, otros académicos no están de acuerdo con esta interpretación. Existe una ambigüedad en los manuscritos que hace pensar que la realeza y el sacerdocio podrían ser aspectos de un mismo Mesías.

En la Regla de la Comunidad (1QS Col IX), el texto se puede traducir como «los mesías de Aarón e Israel», pero el Documento de Damasco contiene varios pasajes en los que se refiere claramente a un Mesías único.

Tanto la Regla de la Comunidad (1QS, 4QSa-j, 5QS) como el Documento de Damasco (CD-A, B, 4QDa-h, 5QD, 6QD) presentan dos mesías: uno de Aarón y uno de Israel. Sin embargo, el CD menciona «mesías» como singular, mientras que 1QS lo pluraliza. Los versículos del CD son los siguientes: CD 12:23-13:1, 14:18-19, 19:10-11 y 19:33-20:1. Los dos primeros y el último dicen que «hasta que el Mesías de Aaron e Israel tome su posición…», mientras que el tercero «cuando venga el Mesías de Aarón e Israel». CD 12:23-13:1 se refiere a la organización del yahad de acuerdo con el Mesías venidero, mientras que 14:18-19 es una discusión o interpretación adicional de los versículos anteriores. CD 19:10-11 se refiere al destino de los justos y de los inicuos cuando viene el Mesías, y 19:33-20:1 pone «entre paréntesis la historia de la secta desde la muerte del Maestro de Justos a la venida del Mesías».

Blanco, S. (2014). El Mesías y el Apocalipsis en los Pergaminos de Qumran, 4-5.

Expectativas mesiánicas en Qumran

En un fragmento que parece referirse a un Mesías único, o al menos al Mesías de Israel de origen davídico, se destacan las gloriosas acciones que el Señor realizaría en el momento de su aparición. Estas acciones son similares a las nombradas en Isaías 61, lo que indica que la sanación, el consuelo y el anuncio de buenas noticias eran aspectos importantes de la esperanza mesiánica de los qumranitas.

[pues los cie]los y la tierra escucharán a su Mesías, [y todo] lo que hay en ellos no se apartaría de los preceptos de los santos. ¡Reforzáos, los que buscáis al Señor en su servicio! -Vacat.- ¿Acaso no encontraréis en eso al Señor, (vosotros,) todos los que esperan en su corazón? Porque el Señor observará a los piadosos y llamará por el nombre a los justos, y sobre los pobres posará su espíritu, y a los fieles los renovará con su fuerza. Pues honrará a los piadosos sobre el trono de la realeza eterna, librando a los prisioneros, dando la vista a los ciegos, enderezando a los torcidos. Por siempre me adheriré a los que esperan. En su misericordia él juz[gará] y a nadie le será retrasado el fruto [de la obra] buena, y el Señor obrará acciones gloriosas como no han existido, como él lo ha di[cho,] pues curará a los malheridos, y a los muertos los hará vivir, anunciará buenas noticias a los humildes, colmará [a los indigen]tes, conducirá a los expulsados, y a los hambrientos los enriquecerá. […] y todos […].

4QMessianic Apocalypse (4Q521 fragm. 2 col. II) En: Martínez, F. G. (1993). Los mesías de Qumrán. Problemas de un traductor. Sefarad, 53(2), 345-360.

La secta de Qumran esperaba también un Mesías gobernante, que se reuniría con ellos en el Consejo de la Congregación, junto a los hombres letrados, «los hombres de la tropa, los jefes de tribu, los jueces y sus vigilantes y los comandantes de grupo» (1QSa col II).

La comunidad también esperaba compartir con el mesías el banquete de la Alianza, una comida ritual de pan y vino.

Y cuando llegue la hora de tomar el alimento y beber el mosto que se debe haber preparado para el banquete de la Alianza, que nadie tienda entonces la mano para partir el pan antes que el sacerdote, porque es él quien debe partir el pan y distribuir el mosto y tender la mano el primero.

Inmediatamente, el Mesías de Israel tenderá la mano para tomar el pan y después de él toda la asamblea hará lo mismo, siguiendo el orden de sus respectivos puestos.

1QSa col II

El sacerdote en la asamblea de Dios es identificado con Melquisedec (4Q401), una figura redentora celestial que habría de traer la expiación para los hijos de la Luz al final de los días. El cristianismo aplicó esta figura a Jesús de Nazaret (Hebreos 7), de quien interpreta que es Mesías, Sacerdote y Juez.

El Mesías de Israel según los fariseos

El pensamiento de los fariseos sobre el Mesías de Israel se registra en el Talmud, aunque tamizado por la memoria y las interpretaciones del judaísmo rabínico, un desarrollo posterior del fariseísmo. Aunque los académicos suelen dudar de la exactitud de los registros del Talmud, es indudable que éste guarda tradiciones muy antiguas.

La primera tradición oral puesta por escrito a principios del siglo III, la Misná (primera parte del Talmud), habla de un libertador de Israel que inaugurará una Era mesiánica (Mishnah Berakhot 1:5).

En la Misná (Sotah 9:15) se hace referencia a un deterioro en las condiciones de vida y la moral antes de la llegada del Mesías. También se encuentra la creencia farisea de que la Era mesiánica sería precedida por la venida de Elías. Esta venida está asociada a la resurrección de los muertos.

El rabino Pineḥas ben Ya’ir dice: El estudio de la Torá lleva al cuidado en el cumplimiento de las mitzvot. El cuidado en el cumplimiento de las mitzvot lleva a la diligencia en su observancia. La diligencia lleva a la limpieza del alma. La limpieza del alma lleva a la abstención de todo mal. La abstención del mal lleva a la pureza y a la eliminación de todos los deseos bajos. La pureza conduce a la piedad. La piedad lleva a la humildad. La humildad conduce al miedo al pecado. El miedo al pecado lleva a la santidad. La santidad conduce al Espíritu Divino. El Espíritu Divino lleva a la resurrección de los muertos y la resurrección de los muertos lleva a la venida de Elías, que él sea recordado para bien, Amén.

Mishnah Sotah 9:15

La creencia en la venida de Elías está presente en el Evangelio de Marcos. Los apóstoles preguntan: «¿Por qué dicen los escribas que Elías debe venir primero?» (Mc 9:11). Los escribas eran un grupo dedicado a estudiar y enseñar la Ley que se componía mayormente de fariseos.

El Mesías que esperaban los fariseos pertenecía a la casa de David, según lo afirmado por Jesús al enseñar en el Templo (Mc 12:35). Aunque la Misná no contiene una mención explícita a la procedencia del Mesías, la tradición talmúdica posterior a la Misná confirma esta idea.

La literatura rabínica posterior a la Misná cuenta con otras varias referencias al Mesías de Israel. Sin embargo, es posible que se trate de reinterpretaciones basadas en el desarrollo del fariseísmo posterior a la destrucción del Segundo Templo. Por este motivo, no las tomaremos en cuenta como representativas del pensamiento fariseo del primer siglo.

Jesús, el Mesías

Tras llegar Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Ellos respondieron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas». Él les preguntó: «Pero vosotros ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo».

Mt 16: 13-16

Los evangelios presentan situaciones en las que la gente discute acerca de quién es Jesús. Algunos piensan que se trata de Juan el Bautista resucitado (Mc 6: 14.16; Mt 14:2), otros que Elías o un profeta (Mc 6:15). En el Evangelio de Juan, la gente se pregunta si realmente es el Mesías (Jn 7:26 y 10:24) y discute sobre la ciudad de origen de Jesús (Jn 7:27, 7:42-43 y 7:52). En Cesarea de Filipo, Jesús le pregunta directamente a sus apóstoles con quién lo identifican. Pedro no duda en identificarlo como el Mesías. Jesús le responde que es el Espíritu quien habló en él, ¿pero qué tipo de Mesías afirmaba Jesús que era?

Cuando Jesús fue cuestionado en su rol mesiánico por Juan el Bautista (Mt 11:3; Lc 7:19), le envió una respuesta que afirmaba su identidad como Mesías.

Después les dijo: «Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva ¡Y dichoso aquel a quien yo no le sirva de escándalo!».

Lc 7: 22-23

La respuesta de Jesús hace referencia directa a Isaías 61: 1-2, el mismo pasaje que, según Lucas, leyó en la sinagoga de Nazaret. En esa ocasión, afirmó: «Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4:21). Jesús acompañó su prédica del Reino de Dios con una fuerte actividad de sanación de enfermos. La imagen que dio de sí mismo como Mesías se asemeja a la esperada en Qumran (4Q521 y 11Q13). El libro de Isaías también tendrá un rol importante en la posterior reflexión cristiana de Jesús como el Mesías sufriente, el Siervo de Yahvé.

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