El Reino de Dios se nombra varias veces en los evangelios como un aspecto central de la enseñanza de Jesús. Se ha reflexionado mucho sobre el sentido de esta expresión y sobre su utilización por el pueblo judío, por Jesús y los apóstoles. Te invitamos a hacer un recorrido por distintos pasajes para conocer qué significa el Reino de Dios en la Biblia.
Tabla de contenidos
Qué significa el reino de Dios en el Antiguo Testamento
Al justo que huía de la ira de su hermano
Sabiduría 10:10
ella lo guió por caminos rectos,
le mostró el reino de Dios
y le dio a conocer las cosas santas…
La expresión «reino de Dios» aparece una única vez en el Antiguo Testamento, en el libro deuterocanónico de la Sabiduría, compuesto en el siglo I a.C. aproximadamente. Aunque esta expresión no parece haber sido una fórmula muy utilizada, la concepción de Dios como Rey era propia del pensamiento judío.
En libros de redacción más temprana que el de la Sabiduría, la expresión más similar a «reino de Dios» que puede encontrarse es «reino de Yahvé», que aparece una única vez en el libro primero de las Crónicas (28:5). En este libro, el reino significa el gobierno territorial sobre Israel. El Pentateuco también se refiere al reino en este último sentido (Ex 15:18 y 19:6; Dt 33:5).
El académico John Meier destaca una progresión en la concepción del pueblo sobre el reinado de Dios, desde el establecimiento de una monarquía en su nombre hasta la esperanza escatológica de la restauración del trono de David.
Como Yahvé había establecido su reinado sobre Israel mediante los acontecimientos del mar Rojo y del monte Sinaí, cuando, ya en la tierra prometida y en tiempos de Saúl, se quiso dar a Israel un rey humano, algunos vieron en ello un rechazo del rey divino (1 Sm 8, 6-22; cf. en Jue 8, 23 la negativa de Gedeón a reinar). Sin embargo, otros textos de 1 Sm muestran una actitud positiva hacia la monarquía humana, considerándola instituida por Dios (1 Sm 9, 1-10, 16; 12, 1-2.13). Un modus vivendi aceptable fue alcanzado con el sucesor de Saúl, David, a quien la Escritura exaltó más tarde como el rey humano ideal, que humildemente hacía de representante o vasallo del rey divino. A cambio, por medio del profeta Natán, Yahvé prometió a David que sus descendientes siempre se sentarían en el trono (2 Sm 7, 7-17), profecía que luego pasó a constituir la base de la esperanza en un rey davídico del tiempo final.
Meier, J. P. (1991). Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico II: Juan y Jesús. El reino de Dios, Cap. 14, II, 303. Verbo Divino.
El reinado escatológico de Dios
Por fuera del Pentateuco, la palabra «reino» aparece asociada al gobierno eterno de Dios sobre el mundo (Sal 22:29, 103:19 y 145:11-13; 1 Cr 17:14; Abd 21; Dn 2:44, 4:3, 4:34 y 7:27). Aunque algunos pasajes pueden interpretarse en el sentido de que Dios es soberano sobre toda la Creación, otros dejan ver la esperanza de la instauración de un reino divino al final de la historia. Esta esperanza, propia del pensamiento judío desarrollado luego del exilio babilónico, se asoció con el retorno a la tierra prometida de todas las tribus israelitas dispersas y con la aparición de un pastor divino gobernando como rey sobre un Israel restaurado.
Porque esto dice el Señor Yahvé: Aquí estoy yo, para cuidar personalmente de mi rebaño y velar por él. Como un pastor vela por su rebaño cuando se encuentra en medio de sus ovejas dispersas, así velaré yo por mis ovejas. Las recobraré de todos los lugares donde se habían dispersado en día de densa niebla. Las sacaré de en medio de los pueblos, las reuniré de los países y las conduciré de nuevo a su suelo. Las pastorearé por los montes de Israel, por los barrancos y por todos los poblados de esta tierra.
Ez 34: 11-13
El profeta Ezequiel anuncia una restauración de Israel vinculada a un reinado eterno de la casa de David (Ez 37:25) y a la presencia eterna de Dios entre su pueblo, que será acompañada de una alianza de paz (Ez 37: 26-28). Isaías, por su parte, se refiere a la llegada del Admirable Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno y Príncipe de Paz, quien trae la paz sobre el trono de David y sobre cuyos hombros está el gobierno (Is 9:6-7). Además, Zacarías escribe sobre la llegada de un rey a Sión que trae la salvación (Za 9: 9-17) y la instauración del reino de Yahvé en el día del Señor (Za 14).
El reinado escatológico de Dios comienza con un nuevo Pacto, el cual es referido por el profeta Jeremías.
Van a llegar días -oráculo de Yahvé- en que yo pactaré con la Casa de Israel (y con la Casa de Judá) una nueva alianza; no como la alianza que pacté con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto, pues ellos rompieron mi alianza y yo hice estrago en ellos -oráculo de Yahvé-. Sino que ésta será la alianza que yo pacte con la Casa de Israel, después de aquellos días -oráculo de Yahvé-: pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Ya no tendrán que adoctrinarse entre sí, unos a otros, diciendo: «Conoced a Yahvé», pues todos ellos me conocerán, del más chico al más grande -oráculo de Yahvé-, cuando perdone su culpa y de su pecado no vuelva a acordarme.
Jr 31:31-34
Qué significa el Reino de Dios en el Nuevo Testamento
Como ya se ha señalado, la expresión «reino de Dios» aparece una única vez en el Antiguo Testamento, aunque la idea de un reinado de Dios sobre el mundo y de un reinado divino al final de la historia tuvo un desarrollo de varios siglos, en especial después del exilio en Babilonia. En el Nuevo Testamento, la expresión se menciona abundantemente y casi con exclusividad en los evangelios. Esto parece indicar que fue un elemento importante de la prédica de Jesús. Según Meier, con esta expresión, Jesús habría querido destacar su propia visión del reinado de Yahvé sobre toda la creación y la historia de su pueblo, reelaborando un elemento común a su ambiente cultural.
En concreto, de Isaías y de los Salmos habría aprendido Jesús la verdad fundamental de que Dios, como Creador, ha reinado, reina y reinará siempre sobre su creación, le muestre ésta obediencia o rebeldía. Cualquiera que sea el aspecto específico de la realeza de Dios que un texto pueda subrayar, el presupuesto a partir del cual fue escrito es que Dios es «el rey de las edades», el rey eterno. De ahí que el salmista pueda cantar (como sin duda Jesús también cantó en actos de culto): «Tu reinado es un reinado eterno, tu gobierno continúa de edad en edad» (Sal 145, 13). «Yahvé ha instalado su trono en el cielo, su poder soberano gobierna el universo» (Sal 103, 19). De hecho, Yahvé es rey precisamente porque creó y viene gobernando desde entonces todas las cosas con su poder ilimitado (Sal 93, 1-4; cf. Sal 96, 10; Sal 97, 1-6).
Meier, J. P. (1991). Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico II: Juan y Jesús. El reino de Dios, Cap. 14, II, 302. Verbo Divino.
Sobre un trasfondo cultural común, que destacaba a Dios como el rey eterno, Jesús habría elaborado una enseñanza original que unía las concepciones tradicionales sobre el reinado de Dios con sus manifestaciones presentes y con la esperanza escatológica de la restauración davídica.
El Reino ya presente
Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: «Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos se ha acercado».
Mt 4:17
En el siglo I, bajo la dominación romana, las esperanzas de liberación y de restauración monárquica de Israel se habían reavivado. Cerca del inicio del ministerio de Jesús, Juan el Bautista predicaba sobre Aquel que había de venir a recoger el trigo y quemar la paja. La esperanza de un Mesías que reinaría sobre Israel era común entre muchos judíos. En ese contexto, Juan envió a sus discípulos a preguntar a Jesús: «¿Eres tú el que había de venir, o esperaremos a otro?».
Es posible que la pregunta de Juan expresara la idea de un inminente juicio final de Dios sobre el mundo, una concepción que no era ajena a algunos judíos del siglo I. Sin embargo, la respuesta de Jesús, sin desestimar la perspectiva escatológica, recuerda las palabras del profeta Isaías (26:19; 35:5-6; 42:7; 61:1) sobre el reinado de Dios.
En aquel momento curó a muchos de sus enfermedades y dolencias y de malos espíritus, y dio vista a muchos ciegos. Después les dijo: «Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva. ¡Y dichoso aquel a quien yo no le sirva de escándalo!».
Lc 7:21-23
El poder del Reino de Dios en la tierra se manifiesta en las obras de curación de Jesús y en el anuncio del evangelio a los pobres. En el sermón de la montaña, Jesús afirma que de ellos es el reino de los cielos (Mt 5:3). Esta concepción del Reino como ya presente se encuentra también en Lc 17:20-21, donde Jesús dice a los fariseos que no esperen que alguien les indique dónde está el reino de Dios, ya que éste se encuentra ya entre ellos. En esta misma línea, Jesús afirmó con respecto a sus exorcismos: «Pero si yo expulso los demonios por el dedo de Dios, señal de que ha llegado a vosotros el Reino de Dios» (Lc 11:20).
La realización plena del Reino
En consonancia con el anuncio de los profetas hebreos y con las esperanzas escatológicas de su pueblo, Jesús también anunció una realización plena de su Reino al final de los tiempos. La futura llegada con poder del Reino de Dios (Mc 9:1) y la venida del Hijo del hombre con gran poder y gloria (Mc 13:26) sucederán en un tiempo que sólo el Padre conoce (Mt 24:36). En el Padrenuestro, los seguidores aprendieron a pedir por la participación en ese reino, tanto presente como futuro, diciendo: «Venga a nosotros tu reino».
La epístola a los Colosenses refiere una liberación ya realizada entre los seguidores de Cristo: «Él nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino de su Hijo querido, por quien recibimos la redención: el perdón de los pecados» (Col 1:13). La Iglesia primitiva se veía a sí misma como partícipe de un Reino presente y enseñó que éste podía ser vivido también en la tierra.
La visión de la Iglesia como parte del Reino presente en el mundo, a cuyo pastor le habían sido entregadas las llaves por el propio Cristo (Mt 16:18), no se equiparó a una realización plena de la promesa de Jesús. Los primeros cristianos mantuvieron y transmitieron también una esperanza sobre el final de los tiempos: «Entonces llegará el final, cuando [Cristo] entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo principado, dominación y potestad. Cristo debe reinar hasta que Dios ponga a todos sus enemigos bajo sus pies; y el último enemigo en ser destruido será la Muerte» (1 Cor 15:24-25).
La esperanza escatológica de una realización plena ubica a la Iglesia como constructora del Reino y a sus miembros como trabajadores, siguiendo el modelo de las enseñanzas de Jesús.
En efecto, el Reino de los Cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña. Tras ajustarse con los obreros en un denario al día, los envió a su viña. Salió luego hacia la hora tercia y, al ver a otros que estaban en la plaza parados, les dijo: ‘Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo’. Ellos fueron. Volvió a salir a la hora sexta y a la nona, e hizo lo mismo. Todavía salió a eso de la hora undécima y, al encontrar a otros que estaban allí, les dijo: ‘¿Por qué estáis aquí todo el día parados?’. Le respondieron: ‘Es que nadie nos ha contratado’. Dijo él: ‘Id también vosotros a la viña’.
Al atardecer, dijo el dueño de la viña a su administrador: ‘Llama a los obreros y págales el jornal, empezando por los últimos hasta los primeros’. Vinieron, pues, los de la hora undécima y cobraron un denario cada uno. Al venir los primeros pensaron que cobrarían más; sin embargo, también ellos cobraron un denario cada uno. Tras cobrarlo, se quejaron al propietario; le dijeron: ‘Estos últimos no han trabajado más que una hora, y resulta que les pagas como a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el calor’. Pero él contestó a uno de ellos: ‘Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No te ajustaste conmigo en un denario? Pues toma lo tuyo y vete. Por mi parte, quiero dar a este último lo mismo que a ti. ¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?’. Así, los últimos serán los primeros, y los primeros, últimos.
Mt 20:1-16
Conclusión
El significado del Reino de Dios se construyó en sucesivas etapas de la historia de Israel. Antiguamente, estaba asociado al reinado de Dios sobre el mundo y, especialmente, al gobierno territorial sobre Israel. Hacia la época de Jesús, el Reino incluía una esperanza de restauración de Israel al final de los tiempos.
Jesús inició su ministerio proclamando que el Reino de Dios se había acercado y lo relacionaba con sus milagros, curaciones y exorcismos, así como con la prédica del evangelio. Con la entrega de las llaves del Reino a Pedro, el principal entre los apóstoles, la Iglesia se constituyó como constructora del Reino en el mundo, cuya plenitud llegará al final de los tiempos, cuando el Hijo del Hombre retorne con poder y gloria.
Para concluir, compartimos una interesante nota al pie a Mt 4:17 de la Biblia de Jerusalén, que expresa qué significa el Reino de Dios en los textos sagrados de manera sintética.
La Realeza de Dios sobre el pueblo elegido, y a través de él sobre el mundo, es el tema central de la predicación de Jesús, como lo era el del ideal teocrático del AT. Implica un Reino de «santos», cuyo Rey verdadero será Dios, porque su reinado será aceptado por ellos con conocimiento y amor. Esta Realeza, comprometida por la rebelión del pecado, debe ser restablecida por una intervención soberana de Dios y de su Mesías, Dn 2 28+; 7 13-14. Es esta intervención la que Jesús, después de Juan Bautista, 3 2, anuncia como inminente, 4 17.23; Lc 4 43. Antes de su realización escatológica definitiva en la que los elegidos vivirán cerca del Padre en la alegría del banquete celestial, 8 11+; 13 43; 26 29, el Reino aparece con comienzos humildes, 13 31-33, misteriosos, 13 11, impugnados, 13 24-30, como una realidad ya comenzada, 12 28; Lc 17 20-21, en relación con la Iglesia, Mt 16 18+. Predicado en el universo por la misión apostólica, Mt 10 7; 24 14; Hch 1 3+, será definitivamente establecido y devuelto al Padre, 1 Co 15 24, por el retorno glorioso de Cristo, Mt 16 27; 25 31, en el Juicio Final, 13 37-43.47-50; 25 31-46. Entretanto, se presenta como una gran gracia, 20 1-16; 22 9-10; Lc 12 32, aceptada por los humildes, Mt 5 3; 18 3-4; 19 14.23-24, y los abnegados, 13 44-46; 19 12; Mc 9 47; Lc 9 62; 18 29s, rechazada por los soberbios y los egoístas, 21 31-32.43; 22 2-8; 23 13. Sólo se entra en él con la vestidura nupcial, 22 11-13, de la vida nueva, Jn 3 3.5; hay excluidos, Mt 8 12; 1 Co 6 9-10; Ga 5 21. Hay que velar para estar a punto cuando venga de improviso, Mt 25 1-13.