la madre de Jesús

La pureza de la madre de Jesús


María, la madre de Jesús, es una de las personas más importantes para el catolicismo. Si bien en el Nuevo Testamento aparece nombrada pocas veces, principalmente en el Evangelio de Lucas, gozó de un lugar especial en la Iglesia primitiva. Además de los evangelios, la tradición y los escritos apócrifos también han transmitido algunos aspectos de su vida. Entre ellos, se destaca su excepcional pureza.

La madre de Jesús según San Lucas

Lucas presenta a María como una virgen desposada con José, un hombre de la casa de David. Es decir, María era una joven que había celebrado los desposorios con José.

El contrato de desposorios era una unión legal que sucedía algunos meses antes de la boda y comprometía a la pareja a cumplir fidelidad y compartir bienes, aún antes de vivir juntos. Era un paso obligado antes de formar una familia en la cultura hebrea.

Lucas dice que María, cuando ya estaba desposada con José, fue elegida por Dios para una misión especial: ser la madre del Salvador. Esta misión le fue anunciada por un ángel, que le comunicó que ella había hallado gracia delante de Dios. María respondió al llamado de Dios con un sí incondicional: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1: 38).

La llena de gracia

Cuando entró, le dijo: «Alégrate, llena de gracia (κεχαριτωμένη), el Señor está contigo»

Lucas 1:28

Lucas pone en boca del ángel la palabra griega κεχαριτωμένη (Kejaritoméne), palabra que elige para llamar a la madre de Jesús. ¿Qué significa que María sea la Kejaritoméne?

La palabra kejaritoméne es lo que se conoce como un hápax legómenon (de los términos griegos άπάξ, que significa «una sóla vez», y τό λεγόμενον, «lo que se dice» o «lo dicho»). Un hápax legómenon es un término que aparece una única vez en un corpus textual. En el corpus textual del Nuevo Testamento, kejaritoméne aparece una única vez. Es fácil comprender que su traducción acarrea cierta dificultad. Por esto, un análisis pormenorizado de su composición se vuelve necesario.

Kejaritoméne es un término compuesto por el prefijo ke (κε), el sustantivo jaris (χαρις) y el sufijo méne (μένη). En el Nuevo Testamento, el significado de jaris está relacionado con el favor, la gracia y la generosidad de Dios. El sufijo méne indica que se trata de un participio pasivo, es decir, que la acción es realizada sobre el sujeto de la oración (en este caso, María). La unión de jaris y méne indica que María recibió la gracia de un agente externo. Sólo Dios puede ser el agente que convierte a María en agraciada.

El prefijo ke indica que el verbo se encuentra en tiempo perfecto. Esto significa que, en el momento del saludo del ángel, la acción por la cual María es llamada agraciada había sido completada en algún momento del pasado. De esta forma, kejaritoméne tiene el significo de gozar de la gracia de Dios por haberla recibido en el pasado. Aplicado a María, ella es quien recibió la gracia de Dios. Por este motivo, kejaritoméne suele traducirse como «llena de gracia».

Se ha objetado que el término kejaritoméne deja de ser un hápax legómenon cuando se considera la versión griega de los LXX, en la que el texto de la Sabiduría de Jesús Ben Sirá (Sirácides o Eclesiástico) hace uso del participio pasivo masculino κεχαριτωμένῳ (kejaritoméno).

¿No vale más la palabra que un buen regalo?, pero el hombre caritativo (ἀνδρὶ κεχαριτωμένῳ) sabe unir las dos cosas.

Eclesiástico 18:17

En el pasaje citado, kejaritoméno es aplicado al hombre (ἀνδρὶ) que sabe unir la palabra y el regalo. Quienes se apoyan en este pasaje para hacer la traducción de kejaritoméne indican que no tiene sentido hablar del hombre «lleno de gracia» de la misma forma en que se dice que María es «llena de gracia», por lo que prefieren traducir kejaritoméne como «muy favorecida».

Sin embargo, la interpretación católica señala que el uso de kejaritoméno en Eclesiástico es adjetival, aplicado a la palabra hombre (androi kejaritoméno). En cambio, a María se la llama directamente como Kejaritoméne, es decir, que el término le aplica como si fuera su nombre propio. En este sentido, la situación sería similar a la de Simón, que cambió su nombre por Pedro cuando se convirtió en la piedra basal de la Iglesia.

María, Arca de la Nueva Alianza

En apoyo de la interpretación de Kejaritoméne como «llena de gracia», se puede aducir que Lucas decide destacar la pureza de María mediante su equiparación con el Arca de la Alianza.

Todo el relato de la Visitación se construye a partir de una comparación con 2 Samuel 6, en el que David traslada el Arca desde Baalá de Judá hacia Jerusalén.

Comparación de los relatos de Lucas y 2 Samuel. Tomado de:
https://elpueblocatolico.org/por-que-llamamos-a-maria-arca-de-la-nueva-alianza/

¿Qué características tenía el Arca de la Alianza que Lucas compara con la madre de Jesús? El Arca de la Alianza era el lugar donde se manifestaba la presencia de Dios en la Tierra. Se trataba de un objeto tan sagrado que sólo podía tocarse bajo ciertas condiciones. Esto se hace evidente en la historia de Uzá que, al querer evitar que el Arca cayera, la tocó y cayó muerto.

Al llegar a la era de Nacón, extendió Uzá la mano hacia el arca de Dios y la sujetó, porque los bueyes amenazaban volcarla. Entonces la ira de Yahvé se encendió contra Uzá: allí mismo le hirió Dios por este atrevimiento y murió junto al arca de Dios. David se irritó porque Yahvé había irrumpido contra Uzá y se llamó aquel lugar Peres de Uzá [la brecha de Uzá] hasta el día de hoy.

Aquel día David tuvo miedo de Yahvé y se dijo: «¿Cómo voy a llevar a mi casa el arca de Yahvé?».

2 Sam 6: 6-9

Lucas compara a María con un objeto tan sagrado para el judaísmo que es difícil no pensar que le adjudicaba una pureza extrema. Por este mismo motivo, el sentido más probable para Kejaritoméne en Lc 1:28 sería el de haber recibido la gracia plena de Dios para siempre. Esta interpretación se encuentra en la base del dogma de la Inmaculada Concepción de María.

La espiritualidad de la madre de Jesús

En la escena de la Visitación, Lucas desarrolla aún más el lugar especial que Dios ha otorgado a María. Isabel expresa su alegría, llena del Espíritu Santo.

«Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; ¿cómo así viene a visitarme la madre de mi Señor? Porque apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».

Lc 1: 42-45

El evangelista, tomando las palabras de Isabel, reconoce la profunda fe de María y su gran bendición por ser la madre del Señor. El uso del término «Señor» no sólo es un reconocimiento de la divinidad de Jesús, sino que supone a María como Madre de Dios Encarnado.

Luego, María responde a Isabel con el Magnificat, un canto lleno de referencias a la Torá, los Salmos y los Profetas. Sus temas principales son el socorro de los pobres y los humildes y el cumplimiento de las promesas de Dios al pueblo de Israel. Este canto de María muestra que el evangelista consideraba a la madre de Jesús como una mujer con profundos conocimientos de las Escrituras.

En el capítulo 2, Lucas brinda más detalles acerca de su visión de María. Habla de ella como una mujer que, aunque a veces no comprende a Jesús (Lc. 2: 50), guarda los sucesos relacionados con su hijo en su corazón y los medita (Lc 2: 19 y 2:51), cumple con los rituales del judaísmo (Lc 2:22) y asiste todos los años a celebrar la Pascua en Jerusalén (Lc 2:41). También, al inicio de Hechos de los apóstoles, muestra a María como discípula de Jesús, perseverante en la oración junto a los miembros de la iglesia primitiva (Hch 1:14). La imagen que ofrece Lucas sobre la madre de Jesús es la de una persona que ha dedicado toda su vida al servicio de Dios.

La purificación ritual de la madre de Jesús

Según cuenta el Evangelio de Lucas, luego del nacimiento de Jesús, María se presentó en el Templo para realizar su ritual de purificación.

Cuando se cumplieron los días en que debían purificarse, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor.

Lc 2: 22-23

Este pasaje ha dado lugar a numerosas discusiones en la historia del cristianismo. Muchos cristianos se han preguntado por qué la Madre Inmaculada de Dios debía realizar un ritual de purificación, si lo puro no puede ser purificado. Otros se han preguntado qué sucedió con la pureza virginal de María al dar a luz a su hijo, ya que los fluidos eran causa de impureza. A continuación, trataremos este tema y la respuesta que ha dado la Iglesia Católica.

Los rituales judíos del nacimiento

El ritual de purificación de las mujeres que dan a luz está contemplado en el Levítico.

Yahvé le dijo a Moisés: «Comunica lo siguiente a los israelitas: Cuando una mujer quede embarazada y tenga un hijo varón, quedará impura durante siete días; será impura como durante sus reglas. El octavo día será circuncidado el niño; pero ella permanecerá treinta y tres días más purificándose de su sangre. No tocará ninguna cosa santa ni irá al santuario hasta que pasen los días de su purificación.

Lv 12: 1-4

El Levítico también especifica la ofrenda que deberá llevar la mujer al Templo.

Cuando pasen los días de su purificación, sea por niño sea por niña, presentará al sacerdote, a la entrada de la Tienda del Encuentro, un cordero de un año como holocausto, y un pichón o una tórtola como sacrificio por el pecado. El sacerdote lo ofrecerá ante Yahvé, haciendo por ella el rito de expiación, y quedará purificada del flujo de su sangre. Ésta es la ley referente a la mujer que dé a luz a un niño o a una niña.

Si no le alcanza para presentar una res menor, tome dos tórtolas o dos pichones, uno para el holocausto y otro para el sacrificio por el pecado. El sacerdote hará por ella el rito de expiación y quedará pura.

Lv 12: 6-8

En el caso del nacimiento de un primogénito, las madres judías solían hacer la purificación el mismo día en que éste era presentado ante el Señor. Este es el caso del que habla Lucas cuando menciona la presentación de Jesús en el Templo.

La purificación de María en el Templo

Lucas menciona que María y José fueron al Templo a presentar a Jesús y que ofrecieron en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, según la Ley del Señor. Como se indica en Levítico 12: 8, este sacrificio era la ofrenda de los pobres. De esto se desprende que María y José no estaban en una buena posición económica al momento del nacimiento de Jesús.

El proceso de purificación constaba de dos partes. En la primera parte, la mujer debía realizar una inmersión de purificación ritual en una Mikve. Para ingresar a la mikve, la mujer debía asegurarse primero de que no persistiera ningún sangrado residual después del parto. Por este motivo, se tomaba un mínimo de 40 días tras el nacimiento de un hijo varón. La segunda parte del ritual consistía en las ofrendas que nombra el levítico, una quemada y otra por el pecado.

Muchas cristianos han destacado que María, al ser pura y no haber conocido el pecado, no estaba obligada a cumplir con el ritual de purificación. Sin embargo, Lucas muestra que la madre de Jesús siempre cumplió con todas las leyes de su pueblo. De la misma manera, Jesús tomaría, años más tarde, el bautismo ofrecido por Juan el Bautista para el perdón de los pecados.

Sobre el significado de la impureza ritual

El rabino Jonathan Sacks explica que las palabras traducidas generalmente como «impuras / puras» o «contaminadas / puras» en el Levítico son tamei y tahor.

La palabra tamei no significa impura o contaminada como podría llevar a pensar su traducción como «impureza ritual». Tamei es un término que indica que a una persona no le está permitido entrar al Tabernáculo o al Templo. Tahor significa que la persona está habilitada para entrar.

Según la interpretación ofrecida por el rabino, lo que impide entrar al Templo del Eterno es haber estado en contacto con cualquier situación que enfrente a la persona con su propia mortalidad. Quienes debían realizar los procesos de purificación eran los que habían entrado en contacto con fluidos, enfermedades, muertos y, además, las mujeres que habían dado a luz. Todas estas situaciones tienen en común la confrontación con los aspectos mortales de la existencia humana.

En esta interpretación rabínica, la impureza ritual tiene un significado técnico relacionado con la habilitación del ingreso al Templo según lo establecido por la Ley de Moisés. Todos los judíos piadosos del tiempo de María respetaban los rituales de purificación.

La interpretación de la Iglesia Católica

Mediante la profundización de los dogmas marianos, la Iglesia Católica definió que María siempre conservó su pureza y su virginidad. Incluso los hechos relacionados con el nacimiento de su hijo, que habrían sido considerados fuente de impureza en la sociedad de su tiempo, no afectaron la pureza especial que Dios le otorgó para ser la madre del Salvador.

La profundización de la fe en la maternidad virginal ha llevado a la Iglesia a confesar la virginidad real y perpetua de María (cf. Concilio de Constantinopla II: DS, 427) incluso en el parto del Hijo de Dios hecho hombre (cf. San León Magno, c. Lectis dilectionis tuae: DS, 291; ibíd., 294; Pelagio I, c. Humani generis: ibíd. 442; Concilio de Letrán, año 649: ibíd., 503; Concilio de Toledo XVI: ibíd., 571; Pío IV, con. Cum quorumdam hominum: ibíd., 1880). En efecto, el nacimiento de Cristo «lejos de disminuir consagró la integridad virginal» de su madre (LG 57). La liturgia de la Iglesia celebra a María como la Aeiparthénon, la «siempre-virgen» (cf. LG 52).

Catecismo de la Iglesia Católica, 499.

La pureza de María

De los textos citados, emerge una figura de la madre de Jesús como una mujer santa dedicada, durante toda su vida, al servicio del Señor. Ella acepta incondicionalmente su misión como Madre del Redentor, medita y aprende de la experiencia con su hijo y, aunque a veces no lo comprende, se convierte en su discípula. Además, es presentada como una mujer piadosa, cumplidora de los rituales y fiestas de su pueblo y gran conocedora de las Escrituras.

En su presentación de la madre de Jesús, el evangelio de Lucas nos da una idea sobre cómo podrían haberla visto sus contemporáneos. La imagen de santidad y entrega incondicional a Dios, su cumplimiento y conocimiento de las cuestiones sagradas y la creencia en su virginidad y santidad, hablan de la percepción de una pureza excepcional. Aunque no sabemos los detalles, podemos pensar que, desde los primeros momentos de la Iglesia, fue considerada como la Madre Purísima y Santísima del Mesías.

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